5/20/2012

Philip


                                                                                  


                                                                                     Para Agustín que nunca supo que la tenía.  


            Estaba acabando de escribir mi novela, la máquina seguía tecleando metódicamente, paré un momento, frotándome los dedos entumecidos, y miré a Philip, estaba observando fijamente su imagen en el cristal del ventanal. Al principio creí que miraba abajo, no se puede ver bien la calle desde la planta 58. Me gusta la altura de este bloque de apartamentos, el cielo parece más claro y la gente apenas se ve, es un respiro. Sí, creí que miraba abajo pero no, de nuevo comenzaba con sus obsesiones, el médico me lo había predicho. No sé por qué me turbó tanto, era algo calculado, calculado en mis horas de imsomnio, calculado en mis duchas rápidas, calculado en los instantes después de un orgasmo, sabía que volvería, sí, calculado, tenía que repetírmelo hasta convencerme por completo. Esa era la verdad, estaba calculado, predicho, era esperado, aunque yo pensé alguna vez… Es inútil, Philip había vuelto atrás, hace cinco años lo traje a vivir aquí conmigo. Tienes que aislarlo, eso me dijeron, eso me dije, aislado no pasará nada, sólo conmigo; una vida aburrida, yo escribiendo, o saliendo para ir a trabajar, o corriendo, o ahogándome yo; yo y Philip, Philip y yo; nadie podría decir que yo no quisiera eso, ni él tampoco, algunas veces lo vi riéndose fuerte, como antes, algunas veces…

            Sí, creí que podríamos estar siempre así ¿Por qué no? Yo le había librado de aquella primera chica y de las otras locas estúpidas, y él me lo agradecía, aunque sin decirme nada, era natural, pero estaba agradecido, lo sé, yo lo conozco mejor que nadie, sí, mejor que nadie. Pero era inútil, volvía de nuevo a sufrir su enfermedad, y lo peor se acercaba, él me rogaría, lloraría para que… ¿Qué más da?

            El cristal del ventanal le devolvía su imagen de siempre, como siempre, como si no hubieran pasado tantos años, igual que cuando lo conocí, entonces no había descubierto el placer de los espejos; es un nombre ingenuo, lo sé, pero lo describe perfectamente. El placer de los espejos lo descubrió algunos años después, en realidad, era la gente la que lo había llevado a aquella situación, de nuevo la maldita gente, y aquella chica sumisa, enamorada, tonta y las otras. El no debió dejar que ocurriera, pero él nunca ha tenido verdadera conciencia de lo que le pasaba, yo tenía que vigilar constantemente, constantemente preocupada, siempre detrás. Y de nuevo tendría que hacer frente a lo que pasara, tenía que buscar una solución, más médicos no, de eso estaba segura, no lo comprendían, no eran capaces de dar un diagnóstico, y algunos era peor, lo miraban de una manera… los médicos también son humanos, qué miradas, máldita gente.

            El placer de los espejos es algo que sólo he observado en él, no he oído hablar nunca más de otro caso. En realidad, poca gente encuentra placer en eso. Claro que con Philip es distinto naturalmente. Al principio eran los halagos, las miradas arrobadas, el poder llevarse a la cama a cualquiera con sólo un vistazo. Era algo tan excitante que creo que nunca disfrutó demasiado con el acto en sí. Aunque en estos cinco años me gustaría pensar que fue distinto, aunque quizás yo no haya sido nada para él. Es un ser desagradecido, después de todos estos años, mírale ahora, se acerca al cristal, ahora sólo existe él, su rostro, su cuerpo. ¡Cuántas veces lo he visto llorando por no poder abrazar su reflejo! Conmigo fue distinto. Lo creo, lo sé, pero es igual, ha vuelto atrás, roza el cristal, se besa, intenta acariciar a ese reflejo, gime. Es inútil, no habrá ningún tipo de solución, y ahora menos, no tiene nigún deseo de curarse, de ser normal, lo presentía, estos últimos días le había visto algunos detalles. No desea curarse, podíamos haber vivido siempre así pero el acaba de destrozar todo, de tirarlo, nuestros años de convivencia, nuestras palabras, nuestras caricias, caricias para dos. Ahora sólo hay espacio para uno, caricias para uno.

            Pienso en que una vez me dijo – Me doy asco – Eso me dijo, resultaba extraño siendo tan bello, su cuerpo es el más bello y perfecto que existe, como si todas las fuerzas de la naturaleza en su compleja y arbitraria combinación, por azar, hubieran dado con los ingredientes exactos para crearle. – Me doy asco- eso me dijo, y ahora… míralo ahora, no es el mismo, pero su cuerpo sí, su cuerpo sí.

            Me giré y me levanté, caminé hacia él. Se encontraba ya en pleno frenesí, arrebatado, desforado. De pie, pegado al cristal, movía sus labios ritmicamente, y los apretaba al igual que su cuerpo contra el ventanal que llegaba hasta el suelo. Suspiré, ya no había nada que hacer. Lo empujé con todas mis fuerzas, el cristal se quebró en un quejido que se confundió con los de él, creo que no se dio cuenta hasta que llegó abajo. Pasó algo que no esperaba, aunque era lógico, algo que él no hubiera creído nunca. Estaba horrible cuando lo subieron a la ambulancia.



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