Para
Agustín que nunca supo que la tenía.
Estaba
acabando de escribir mi novela, la máquina seguía tecleando metódicamente, paré
un momento, frotándome los dedos entumecidos, y miré a Philip, estaba
observando fijamente su imagen en el cristal del ventanal. Al principio creí
que miraba abajo, no se puede ver bien la calle desde la planta 58. Me gusta la
altura de este bloque de apartamentos, el cielo parece más claro y la gente
apenas se ve, es un respiro. Sí, creí que miraba abajo pero no, de nuevo
comenzaba con sus obsesiones, el médico me lo había predicho. No sé por qué me
turbó tanto, era algo calculado, calculado en mis horas de imsomnio, calculado
en mis duchas rápidas, calculado en los instantes después de un orgasmo, sabía que
volvería, sí, calculado, tenía que repetírmelo hasta convencerme por completo.
Esa era la verdad, estaba calculado, predicho, era esperado, aunque yo pensé
alguna vez… Es inútil, Philip había vuelto atrás, hace cinco años lo traje a
vivir aquí conmigo. Tienes que aislarlo, eso me dijeron, eso me dije, aislado
no pasará nada, sólo conmigo; una vida aburrida, yo escribiendo, o saliendo
para ir a trabajar, o corriendo, o ahogándome yo; yo y Philip, Philip y yo;
nadie podría decir que yo no quisiera eso, ni él tampoco, algunas veces lo vi
riéndose fuerte, como antes, algunas veces…
Sí,
creí que podríamos estar siempre así ¿Por qué no? Yo le había librado de aquella primera chica y de las
otras locas estúpidas, y él me lo agradecía, aunque sin decirme nada, era
natural, pero estaba agradecido, lo sé, yo lo conozco mejor que nadie, sí,
mejor que nadie. Pero era inútil, volvía de nuevo a sufrir su enfermedad, y lo
peor se acercaba, él me rogaría, lloraría para que… ¿Qué más da?
El
cristal del ventanal le devolvía su imagen de siempre, como siempre, como si no
hubieran pasado tantos años, igual que cuando lo conocí, entonces no había
descubierto el placer de los espejos; es un nombre ingenuo, lo sé, pero lo
describe perfectamente. El placer de los espejos lo descubrió algunos años
después, en realidad, era la gente la que lo había llevado a aquella situación,
de nuevo la maldita gente, y aquella chica sumisa, enamorada, tonta y las
otras. El no debió dejar que ocurriera, pero él nunca ha tenido verdadera
conciencia de lo que le pasaba, yo tenía que vigilar constantemente, constantemente
preocupada, siempre detrás. Y de nuevo tendría que hacer frente a lo que
pasara, tenía que buscar una solución, más médicos no, de eso estaba segura, no
lo comprendían, no eran capaces de dar un diagnóstico, y algunos era peor, lo
miraban de una manera… los médicos también son humanos, qué miradas, máldita
gente.
El
placer de los espejos es algo que sólo he observado en él, no he oído hablar
nunca más de otro caso. En realidad, poca gente encuentra placer en eso. Claro
que con Philip es distinto naturalmente. Al principio eran los halagos, las
miradas arrobadas, el poder llevarse a la cama a cualquiera con sólo un
vistazo. Era algo tan excitante que creo que nunca disfrutó demasiado con el
acto en sí. Aunque en estos cinco años me gustaría pensar que fue distinto,
aunque quizás yo no haya sido nada para él. Es un ser desagradecido, después de
todos estos años, mírale ahora, se acerca al cristal, ahora sólo existe él, su
rostro, su cuerpo. ¡Cuántas veces lo he visto llorando por no poder abrazar su
reflejo! Conmigo fue distinto. Lo creo, lo sé, pero es igual, ha vuelto atrás,
roza el cristal, se besa, intenta acariciar a ese reflejo, gime. Es inútil, no
habrá ningún tipo de solución, y ahora menos, no tiene nigún deseo de curarse,
de ser normal, lo presentía, estos últimos días le había visto algunos
detalles. No desea curarse, podíamos haber vivido siempre así pero el acaba de
destrozar todo, de tirarlo, nuestros años de convivencia, nuestras palabras,
nuestras caricias, caricias para dos. Ahora sólo hay espacio para uno, caricias
para uno.
Pienso
en que una vez me dijo – Me doy asco – Eso me dijo, resultaba extraño siendo
tan bello, su cuerpo es el más bello y perfecto que existe, como si todas las
fuerzas de la naturaleza en su compleja y arbitraria combinación, por azar,
hubieran dado con los ingredientes exactos para crearle. – Me doy asco- eso me
dijo, y ahora… míralo ahora, no es el mismo, pero su cuerpo sí, su cuerpo sí.
Me
giré y me levanté, caminé hacia él. Se encontraba ya en pleno frenesí,
arrebatado, desforado. De pie, pegado al cristal, movía sus labios
ritmicamente, y los apretaba al igual que su cuerpo contra el ventanal que
llegaba hasta el suelo. Suspiré, ya no había nada que hacer. Lo empujé con todas
mis fuerzas, el cristal se quebró en un quejido que se confundió con los de él,
creo que no se dio cuenta hasta que llegó abajo. Pasó algo que no esperaba,
aunque era lógico, algo que él no hubiera creído nunca. Estaba horrible cuando
lo subieron a la ambulancia.
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