Sentada
entre centelleantes personas, hablando como ellos, viviendo la magia de las
palabras, la crisis, el esfuerzo de pensar antes de hablar, sentada entre
personas luminosas, entre seres de energía, ya sin palabras, a través de una
corriente subterránea en el aire, sintiendo, escuchando, compartiendo. Y me
siento sola, estamos condenados a la soledad, pero no a una soledad silenciosa,
es una soledad de aparatos inservibles, llena de otra gente, ya nunca como
antes, ya eres de soledad, estás marcada por ese vacío lánguido, aunque lleno
interiormente pero vacío exterior, vacío al fin. He descubierto que no hay
saldos de islas, no podré vivir mi soledad dignamente, no podré volver a la
madre tierra desde un lugar aislado, roto, desgajado del mundo. No, me es
negada la posibilidad de sumergirme en mi soledad, estando llena de tierra y
mar, me es negado incorporarme a la tierra y al mar hasta desaparecer
físicamente, en la soledad, siempre en la soledad, con los árboles, con el mar,
con las gotitas cristalinas que ya no deslizarán por mis senos, ya nunca en la
soledad siendo ellos y yo, siempre sola, eternamente sola. No, nunca la isla,
nunca los libros y Chopin, ni la limonada del anochecer, ni la cama inmensa,
nunca la isla, nunca sola pero aún más terriblemente sola, para siempre, sola
entre otros, sola, hasta olvidando las palabras que me hicieron descubrir el
mundo de los sueños, sola de palabras, sola de música, sola con los ruidos.
Vagaba
en ese limbo donde olvido muchas cosas. No, me encuentro bien, sí, no debo
pensar demasiado, no debo permanecer mucho tiempo encerrada. Soy un alma libre,
de bicicleta en la noche, de catedrales nocturnas, de energías mágicas pero
accesibles, sin pensamientos tenebrosos o rabiosamente complejos, no debo dejar
que mi mente vuelva a los procesos mentales, soy un trozo de materia feliz, sin
pensar, aún puedo ser feliz sólo con la memoria. Los recuerdos que vuelven por unos instantes, recuerdos de vidas
pasadas o de vidas futuras, recuerdos vividos o recuerdos soñados, sólo
recuerdos. Pensar puede destrozarme, como en el orwelismo no-pensar, no hay
nada que pensar, sólo recordar y escribir, y no olvidar, nunca olvidar. Yo no
quería construir recuerdos futuros como María Iribarne, pero no puedo dejar de
construirlos, los recuerdos son parte esencial de mi vida.
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