5/21/2012

El Horror




        El mundo apenas recuerda ya lo que fue. Este mundo, como salido de una pesadilla, es el legado de nuestros mayores, un inmenso basurero donde no se puede respirar fuera de los recintos donde se habita. La sensación de que estás atrapado te persigue durante todo el día. Se engaña a la gente diciendo que se va a poner en marcha un proyecto que oxigenará el exterior, pero yo, que trabajo en las plantas de regeneración de aire, sé que es mentira, todo lo que se cuenta es mentira, hemos perdido para siempre el bosque, la playa, pasear bajo el sol. Dentro de cien años no habrá aire para los que habitamos el planeta, a pesar de que somos la centésima parte de los que habitaban la Tierra cuando estalló la guerra. Se ha prohibido absolutamente procrear, tan solo nacen algunos niños manipulados genéticamente, los nuevos habitantes tienen que ser resistentes a las condiciones adversas y su coeficiente intelectual altísimo. Quizá alguno de estos superdotados encuentre soluciones para subsistir. Se vive con esa única esperanza porque todos los proyectos de vida en otros planetas han fallado. Fabricar comida es un reto día a día, aparte de las píldoras de vitaminas, los alimentos sintetizados escasean, las reservas no duraran mucho más. Hay algunos viveros con plantas que no se contaminaron, crecen con luz artificial, pero nuestros organismos ya no están acostumbrados, estos alimentos provocan enfermedades nuevas.

            Trabajo catorce horas diarias, algunos días más, pero puedo pasar tres horas a la semana con el siquiatra de mi sección. Si no fuera por ellos, muchos de nosotros, tal vez yo también, se decidirían por el suicidio. Los gobernadores tienen que evitarlo a toda costa, una cadena de suicidios sería imparable, para nuestra sique débil, soñar con ese descanso es sumamente peligroso, por eso suicidio es una palabra prohibida. A pesar de que somos muchos para compartir los pocos recursos que quedan, nos necesitan a todos para mantenerlos. Locura es otra palabra prohibida, la locura induce a los hombres a desastres, si se boicoteara una máquina de oxígeno en un acceso de locura morirían mil personas ese día.

            Nadie tiene derecho a negar su cuerpo a otro. No puedes dañar la autoestima de otro superviviente, ni nadie dañar la tuya. Pero cada vez se desea menos a alguien aquí, el encuentro es rápido y maquinal. Los hombres parecen como sombras que pasan a tu lado, con la piel macilenta y el alma cansada. Nunca sonríen, nadie sonríe aquí.

            La única religión permitida es el amor a la vida. Cualquier otra de las que una vez existieron sería más fácil de practicar. Estaban concebidas para momentos límite, para resignarse con la vida que tuvieras, prometiendo otra maravillosa después de la muerte. En gran parte, esas religiones fueron las culpables de los enfrentamientos, estableciendo diferencias entre los hombres. Ellos que predicaban que un único Dios era el padre de toda la creación, no aceptaban a los que tenían una fe diferente. Ahora, tristemente, todos somos hermanos, la misma ración de aire para cada humano, la misma dosis de agua reciclada, los mismos gramos de alimento, básicamente lo necesario para subsistir. Es irónico que la destrucción de la Tierra, provocada por las guerras de religión, haya conseguido convertir a todos los hombres en iguales.

            La desesperación tamizada, la angustia tamizada, el dolor a través de un velo, que sólo te produzca malestar en el estómago, un deseo perenne de vomitar, pero controlado, sujeto, para que nunca traspases la barrera. Para seguir adelante, para no pensar en el horror de esta vida. Para no pensar. Para vivir en el Horror.

No hay comentarios: