AUDA
Auda es el nombre de la princesa india a la que Jean Passepartout salva de morir en la pira funeraria de su marido, en la obra maravillosa de Jules Verne ¨La Vuelta Al Mundo En 80 Días”
Lo tomo prestado.
Maestro Verne, gracias.
En mitad de la ceremonia oímos ese primer sonido, una especie de crujido amagado. Pequeño y tenue, como un estremecimiento, sacándonos de la concentración del ritual. Los asistentes comenzaron a mirar, aún con gesto somnoliento, hacia donde parecía haber surgido. El pilar de la luz se había resquebrajado, sólo una pequeña fisura negra en la maravilla de luz blanca y nacarada. Aún así comenzó a despertar murmullos y miradas de alarma de todos los que se reunían en la sala del trono de la emperatriz. Miraban con recelo a aquella resquebrajadura negra y pequeña cuando comenzó otro sonido mucho mayor. Empezó como un rugido sordo y lúgubre, salido como de un órgano fantasmagórico y fue subiendo poco a poco, y tornándose más agudo como el un aria de una soprano, llegó a un nivel insoportable
Cuando retumbó haciendo eco en la sala oval, hasta las columnas de mármol milenario vibraron, parecieron temblar de terror, un terror que se acercaba.
Los cortesanos más cercanos vieron cómo comenzaba a formarse una nueva resquebrajadura en el Pilar de la Luz, tan negra como los presagios que anunciaba, tan dura y fría como el destino que nos esperaba.
El movimiento de huir comenzó a la vez en todas partes de la sala. La emperatriz Auda sin embargo, no podía apartar los ojos del pilar, el pilar de piedra trasparente que le otorgó el poder, hacía ya diez años. Como si la piedra la tuviera encadenada, parecía una marioneta de trapo incapaz de moverse y sólo su rostro iba componiendo un reflejo del asombro y de la premonición de la tragedia que parecíamos sentir todos. Mi mirada me encadenaba a ella, sentía en mi pecho, golpeándome, sus ojos llenos de espanto. Como un triángulo fatídico, permanecíamos inmóviles esperando ver qué ocurriría a continuación.
Así comenzó un tercer trueno que procedía de algún lugar bajo nuestros pies, como los anteriores, pero mucho mayor y mas espantoso. El suelo pareció convertirse en un animal vivo. Entonces conseguí moverme y corrí hacia ella. Toda la sala y todo lo que contenía se movía, oscilaba y crujía, entre el ruido, el polvo y quienes no habían salido aún. Entre la confusión se golpeaban entre sí o con los objetos. Casi no podía pensar, vi que las columnas oscilaban.
La tomé del divan del trono y me lancé hacia fuera, sin poder ver bien por donde iba. Sentí en mi pecho los ojos que ella había cerrado pero sin poder contener las lágrimas, mojandolo poco a poco. Éramos incapaces de comprender, pero, de algún modo, sabíamos que nuestro mundo se estaba destruyendo.
Fuera ya del palacio escuchamos cómo los truenos subían de tono y el estrépito llegaba a niveles insoportables. En el suelo comenzaron a dibujarse finas líneas caprichosas que rápidamente se hundían. En una estampida de locura, todos los habitantes de la ciudad corrían hacia el puerto, el mar parecía un refugio momentáneo de lo que estaba ocurriendo. El instinto atávico de supervivencia eligió el camino correcto, como después comprobamos. Yo también volaba hacia los barcos, apenas notaba el peso de ella, parecía haberse encogido, haberse vuelto minúscula e ingrávida. Algunos a mi alrededor la reconocieron, empezaron a preguntar si había muerto, yo les contestaba que no, que no estaba muerta, que estaba débil, que volvería a estar bien. Llegamos al barco imperial y zarpamos, cargando a cuantos pudimos.
Nos alejamos de la costa, acompañados por miles de barcos que zarpaban a la vez, aún allí seguían percibiéndose los truenos, como si la tierra bramara por un dolor terrible.
Y desde allí lo vimos, mudos, consternados, cayendo en la locura… vimos cómo la tierra se desgajaba y el mar se iba tragando los trozos con avidez.
Ha caído la maldición sobre nosotros. Como una larga procesión, los barcos marchan todos al este, hacia un destino desconocido. No sabemos si habrá algo más allá de este mar, nunca se ha explorado tan lejos, y si conseguiremos llegar con vida. O se convertirá esta extraña comitiva en el mudo testimonio muerto de nuestra existencia.
Además no solo arrostramos el haber perdido todo lo que teníamos en el mundo, todo lo que construimos y haber dejado a nuestros muertos allí, doblemente enterrados en tierra y agua, sino que además una extraña enfermedad parece invadirles a todos, han perdido el habla. Parecen haber olvidado nuestra lengua, cristalina y musical, con cien sonidos diferentes. Ellos ahora se comunican con ruidos guturales y señas, solo para pedirse agua o alimento.
Y la emperatriz está enferma. Me acerco a su lecho y miro a los consejeros preguntándoles con la mirada, ¿no mejora?¿No ha comido nada?… y ellos cabecean con los ojos tristes. Le tomo la mano, creo que su corazón se rompió a la vez que el pilar, la fuente de la luz sagrada.
Hoy me he sentado a su lado como todos los días, pero llevé unos rollos de pergamino que he conseguido del capitán del barco, y le dije con voz muy suave que voy a escribir todo lo que recuerdo. Nadie parece pensar en eso y yo quiero hablar de nuestra tierra y de todas las maravillas que albergaba, así existirá un poco de nuevo y al menos, yo sentiré que no esta perdida para siempre. Incluso si desapareciéramos en este mar infinito, pasados unos años o unos decenios, quizás alguien encuentre los pergaminos y conozca de nuestra existencia. Mientras le contaba esto, ella me ha mirado y creo que sus ojos han brillado por un instante.
“Para poder describir la tierra de la emperatriz Auda, necesitaría disponer de mil diccionarios en los que sólo apareciesen sinónimos de palabras como majestuoso, bello, elegante, riqueza, alegría, fastuosidad, maravilla, felicidad… y podría, sin embargo, resumir todos esos millones de palabras en una sola: LUZ.
La Luz sagrada era tan entrañablemente parte de nosotros que ninguno podría concebir la vida con su falta. La Luz emanaba de la columna gigantesca, alrededor de la cual se construyó la sala oval del trono, el palacio, toda la ciudad… y la tierra en definitiva. Porque era así, en círculos concéntricos, como se había formado, desde el principio de los tiempos, nuestro hogar.
Allí, en la sala del trono, los cortesanos que habitábamos el palacio real, esperábamos con delectación cada nuevo día del poder de la Luz. Entonces, nuestra piedra sagrada comenzaba a brillar, y la luz que emanaba de ella atravesaba primero a la emperatriz, después a nosotros, a todas las paredes y los recintos del palacio, y seguía extendiéndose hasta el mar, concediendo a los habitantes una plenitud y sabiduría que nos hacía inmensamente felices. Jamás en nuestro pueblo se conocieron luchas ni sabemos que se hiciera daño a alguien, ni a los animales, con los que éramos especialmente protectores y cariñosos. Nuestro empeño más elevado era el de hacer hermosas construcciones, empleando para ello, los materiales más exquisitos, de los que teníamos en abundancia. Ni siquiera los maestros constructores se envidiaban entre sí, ni los subalternos envidiaban a sus maestros o a los otros. Cada uno disfrutaba y se esmeraba en su trabajo. La admiración llevaba a unos y otros a probar nuevas técnicas, a intentar conseguir algo más bello aún, disfrutando el placer de seguir aprendiendo. Teníamos grandes maestros y maestras de toda clase de saberes y en toda la población latía un enorme deseo de aprender.
Auda, nuestra emperatriz, animaba a todos los artistas, visitaba todas las obras. Su vida era una total entrega a su pueblo. Nuestra tierra siempre fue muy generosa y no recuerdo ninguna hambruna, a pesar de eso, los alimentos se almacenaban y se repartían. Auda con sus consejeros y consejeras también se interesaba por ello, preveían si llegaba alguna época de sequía o lluvias torrenciales. Buscaban acomodo a quienes algún accidente o incendio fortuito había dejado sin casa o sin tierras.
El pilar de la Luz la designó cuando nuestra anterior emperatriz murió. Fue igualmente amada y admirada. El siguiente día de la Luz sagrada, un rayito se deslizó desde el pilar y fue hacia ella, llenándola, volviéndole la piel transparente y luminosa. Así supimos que ella sería la nueva mujer que velaría por nosotros. No podría adorarla más, su inteligencia, su bondad… ¡Cómo de hermosa se encontraba atravesada por la Luz, cuánto la amé en aquellos instantes antes de que la misma Luz me atravesara también…”
Levanté la vista del pergamino y me di cuenta que el consejero estaba tocándome el hombro. Consiguió mover los labios.
-Se muere
La emperatriz tiene la lividez del nácar, apenas respira. Creo que mis palabras le han dado un poco de felicidad pero su fin es imparable, parece como si nuestra tierra sumergida tirara de ella, como dos partes indisolubles. Al fin ha cerrado los ojos y su pecho ya no se mueve. Ahora sí estamos malditos, ahora sí somos una legión de fantasmas camino a ninguna parte. Pero te juro que si arribamos a algún lugar, conseguiré devolver la memoria a todos los que hayan sobrevivido y contaremos nuestra historia a quienes habiten esos desconocidos lugares.
Dulce Auda, seguirás siendo amada y recordada.
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