12. Green. Catarsis. (Orlando fragmento)
El intercomunicador estaba sonando. A Orlando le costó abrir los ojos e identificar de dónde venía el sonido, algo torpe sacó un brazo de las sábanas y lo cogió, el número Uno aparecía nítidamente en la pantalla, consiguió colocar el pulgar encima de la tecla verde y pulsarla. Al otro lado la chica que lo llamaba, adivinó, más que escuchó su nombre.
-Green.
-Lo sé, lo sé, te he despertado y me disculpo. Es muy temprano y hace un tiempo extraño para cabalgar pero me gustaría llevarte a ver un lugar ¿qué me dices?
-Mmmmmmmmm no acabo de despertarme, ¿qué tengo que decirte?
-Di que sí.
-Sí.
-Vístete, voy a buscarte en diez minutos ¿Vale?
-Tú mandas, arrastraré mi cuerpo fuera de la cama y me lavaré la cara.
-Creo que te va a gustar mucho, es especial para mí y allí te explicaré por qué. Hace mucho frío y hay niebla así que ponte ropa de abrigo, ¿Te bastan diez minutos?
-Ehhhmmm creo que sí.
Poco más de diez minutos después se abrió su puerta, Green entró despacio y cerró con cuidado, Orlando se estaba poniendo un jersey negro por la cabeza.
-Hola –le dijo con voz baja- ¿Estás listo?
-Sí.
Green le alargó una prenda.
-Ponte esto también, es un cuello. Para taparte la boca y la nariz si tienes mucho frío. Siento sacarte de esta manera de la cama, con tanta prisa pero dentro de un par de horas no sería lo mismo.
Se acercó a Orlando y le ayudó a ponerse el cuello ya que le veía dudar, le pasó la prenda por la cabeza, le sacó con delicadeza los mechones de pelo y se los peinó hacia atrás con los dedos, le miró y vio que él le sonreía.
-Coge guantes, y gorro. La humedad de la niebla traspasa y te hiela hasta el tuétano, la temperatura ha bajado como diez grados, siempre llega así el frío por aquí… Siento haberte robado unas horas de sueño pero creo que el paseo te va a compensar. –Le cogió un chaquetón grueso del vestidor y se lo alargó.- Vámonos.
Salieron con los caballos al exterior.
-Ven detrás mía, el caballo está acostumbrado y conoce el camino. Tenemos que atravesar la explanada, luego el terreno será algo más abrupto, y descenderemos por caminos estrechos. Tu cabalgas muy bien, ¿verdad? Los haremos galopar hasta allí, ¿está bien?
-No me caeré, descuida. Adelante
Green le frotó el cuello al caballo y comenzó a hacerlo trotar. Algo después, cuando notó que el caballo se estaba calentando, empezó a ir más rápido y Orlando la seguía a la misma velocidad. Se subió el cuello hasta la nariz, la llanura estaba cubierta por una niebla que flotaba sobre el suelo, sabía que el terreno estaba liso porque había cabalgado por allí varias veces, aunque asustaba no poder distinguir bien la tierra. Green seguía corriendo segura y tras un poco llegó al final de la explanada, se internó entre árboles y arbustos por un camino que sólo se intuía, allí la niebla era aún más espesa y más alta. El caballo de Green serpenteaba entre los árboles componiendo una figura fantasmagórica, Orlando se dejó llevar sin preocuparse ya del camino, el caballo parecía seguir perfectamente al otro y su mirada, cada vez más, se quedaba prendida a ambos lados del camino. A pesar de ser noche cerrada, la luz de la luna atravesaba la niebla alta, enredada entre los árboles y producía fosforescencias que transformaban los árboles y a Green en espectros de película de terror. Orlando se dio cuenta de que ella le estaba ofreciendo un regalo muy especial, un momento mágico y único que no olvidaría.
Siguieron bajando hasta encontrarse con un arroyo, el sonido del agua llegó claramente a sus oídos y en algunos momentos, al correr más rápido golpeaba en alguna roca y saltaba. En la niebla veía de pronto un abanico de gotas fosforescentes que chisporroteaban. Green parecía conocer muy bien el sendero y le era suficiente la luz de la luna para continuar, después de un tramo atravesaron el arroyo y se internaron al otro lado, la vegetación comenzó a ser muy espesa y las hojas le mojaban el rostro. De pronto salieron a una explanada, una especie de anfiteatro oval, estaba delimitado por el arroyo en un gran tramo porque escuchaba cómo el rumor del agua les circundaba. Entre la niebla y la oscuridad alcanzó a entrever, en un extremo, un puente de piedra pequeño y muy antiguo, que parecía encajar a la perfección en aquel paisaje, tanto como si la naturaleza lo hubiera creado al mismo tiempo que al arroyo y a los árboles.
Green descabalgó y se quedó observando el mismo lugar. Cerró los ojos y tragó saliva antes de hablar.
-Este lugar lo descubrí al poco de llegar aquí. Es prácticamente idéntico a otro prado de la tierra donde me crié, hasta el puentecillo se parece al que hay allí. La primera vez que lo vi, me encogió el corazón…La tierra donde nací abraza al mar, o más bien, parece que mantuvieron una lucha encarnizada y al final se resquebrajaron ambos, tanto entra el mar en ella como la tierra en él.
O -Debe ser muy bonito. -Dijo mientras bajaba él también del caballo.
G -Quizás exagero, creo que hay costas parecidas en tu país.
O -Pero la tierra donde naces es siempre especial.
G -Sí, así es. Para mí lo es más que para la mayoría, me siento muy conectada a la naturaleza. No soy nada urbanita –le dijo sonriendo- Cuando vine a ver las tierras supe que me quedaría. La primera tormenta que despide el verano es especial, el olor de la tierra mojada invade todo… me trae tantos recuerdos. Siempre cuando llega esta primera tormenta vengo aquí a embriagarme de nostalgia. En estos días, con las brumas se parece tanto… cuando escucho cómo crujen las hojas caídas, o veo los árboles llenos de niebla tan parecidos a los de mi niñez… casi puedo oler el mar, lo escucho dentro de mi cabeza, hasta creo sentir el amargor del salitre en el paladar.
O -¿Hace mucho que no vas allí?
G -Me fui hace diez años. No he vuelto.
O -¿Por qué?
G -Pues… por… nada.
O -¿Por nada? no vendrías una y otra vez aquí para recordarlo, ¿por qué?
Green le miró.
G -¡Oh! Por... cosas. Pasaron cosas… no quiero enfrentarme a ellas. No me apetece hablar de esto
Orlando le cogió las manos.
O -Creo que me lo debes. Lo siento pero me gustaría escuchar esa historia.
G -¿De verdad?... Hace años que no hablo de aquello... Es… doloroso… Sólo quería mostrarte este sitio, el camino. No me imaginé nunca que…iba a…que te lo contaría. –Orlando estrechó sus manos levemente- Está bien, supongo que… te lo debo.
Yo… vivía en una ciudad pequeña, cerca del mar, como ya sabes, -sonrío con tristeza- vieja y bonita, rodeada de prados verdes. Tengo recuerdos de paseos por aquellos campos desde siempre, supongo que desde que empecé a andar. Primero con mis padres, después con los amigos, sola muchas veces. Caminar por los campos me equilibraba, me daba valor, me hacía sentir bien. Pasó el tiempo. Tenía 16 años, y salía con un chico del instituto, un amigo desde niños, no hacíamos gran cosa, ya sabes, bailar, dar paseos, cosas de adolescentes. De pronto, aquel año, vino a vivir al piso de al lado un médico de otra ciudad. Me enamoré como una loca de él… no había tenido ni la menor idea de cómo puede ser la pasión, apenas le vi, algo se movió en mi interior, como si hubieran tocado un resorte y puesto en marcha de nuevo todo mi mecanismo. Aún recuerdo las primeras palabras que me dijo... me llega tan clara y cálida su voz… puedo recordar sus manos, siempre impecablemente limpias…
Estaba casado, mi madre decía que su mujer era muy simpática ¿te lo puedes imaginar? y yo apenas era capaz de contener las lágrimas cada vez que le veía, lloraba tanto por las noches que en casa empezaron a hacerme preguntas porque me había desmejorado bastante. Conseguí desviar las preocupaciones de mis padres hacia los exámenes, les decía que tenía muchas dudas sobre lo que quería estudiar, del futuro y que no dormía bien… pero a mi amigo no conseguí engañarlo. Desarrolló una obsesión patológica conmigo, me seguía, me llamaba constantemente, cuando estábamos juntos me preguntaba de pronto en qué pensaba, para ver si alguna vez me traicionaba y conseguía sonsacarme alguna cosa. Hasta que una vez vino a casa cuando yo no estaba, le dijo a mi madre que tenía un libro suyo y le hacía falta. Registró mi cuarto y encontró una carta que yo había escrito sin pensar nunca en enviársela a Jorge, así se llama. Escribí aquella carta para desahogar algo del amor que sentía, la escribí como si fuésemos amantes, le ponía todas las cosas que jamás iba a poder decirle, de qué forma le quería, cómo esperaba sus besos, sus caricias… -Green exhaló aire y tragó saliva- Intentó matarlo. Le clavó en la espalda un cuchillo de cocina, una noche al salir del hospital. Le hirió pero no fue grave. Después le enseñó la carta a todos, a la policía… pensaron que era verdad, que el médico tenía relaciones conmigo. La familia de mi amigo, que me consideraba igual que una hija estoy segura que aún me odia… el chico se pasó dos años en el reformatorio, no volví a verlo, no sé como lo pasaría allí, no quise saber nada, sólo quería huir. Mi padre encontró trabajo en la capital y nos marchamos, nunca he vuelto.
No sé si puedes creerlo pero cuando estoy aquí y siento que es la misma hierba, el mismo olor, ¿sabes a quién recuerdo? A Jorge, veo su cara con toda claridad. La voz de Jorge es la que suena en mis oídos. Estoy segura que nunca pensó en mí salvo como una niña… y también tuvo que marcharse, no sé si su mujer le creería, no sé qué fue de ellos, puede que le destrozara la vida a él también. Una historia horrible. ¿Verdad?
Los ojos verdes de Green se llenaron de lágrimas, apartó la mirada de Orlando para que no la viera llorar. El se acercó a abrazarla.
-No quería hacerte llorar, lo siento, pero quizás sea bueno. Creo que aún te queda mucha pena para sacar de ahí dentro.
Green se dejó estrechar por sus brazos, era la primera vez que ocurría allí que alguien la consolaba.
-Hace mucho que dejé de estar enamorada de Jorge. Lo que siento es la rabia y la impotencia por lo que sucedió. La fatalidad que nos marcó, y que siento que era absolutamente inevitable. Lo que hago al venir aquí en días como estos es expiar mi culpa, al menos siento que les pago de alguna manera a los dos, con mi pena, el mal que les hice sin querer… -las lagrimas seguían corriendo por su rostro- y no poder hacer nada para cambiarlo. -respiró todo lo hondo que pudo.
-Gracias, me siento mejor.
Comenzaba a amanecer, por el horizonte la negrura empezó a desgarrarse y el prado se fue iluminando con una luz grisácea. Orlando la miró, aún tenía los ojos llenos de lágrimas pero su boca intentaba sonreír. Los ojos de Green tenían el mismo color que la vegetación que les circundaba, y estaban igual que ella como cubiertos de rocío, los miró unos instantes para grabar aquella imagen y después, dulcemente se los cerró besándolos y notó en la lengua el sabor salado de las lágrimas.
-Me llevo un poco de tu pena para mí.
Green le sonrió un poco más, aún tenía cerrados los ojos, Orlando le lamió las lágrimas por la cara y se encontró de pronto en su boca, dudó un instante pero ella ya había comenzado a besarlo. La estrechó más contra sí mismo y bebió cuanto pudo de la pena de aquella mujer. Le excitaba pensar que Green, a la que sentía tan fuerte, tan segura, siempre con un control total sobre sí misma, que no traslucía emociones, ahora se encontraba desvalida en sus brazos, herida. Cerró los ojos y siguió besándola, de pronto, le llegó el olor del mar, respiró hondo como un marinero subido al palo mayor, igual que había tomado aire tantas veces a bordo cuando rodaba en el Caribe, hasta podía notar el bamboleo del barco. La sensación duró unos instantes y se fue difuminando. No creía que fuera un espejismo, Green llevaba dentro de ella el mar.
Volvieron a montar a caballo y tomaron el camino de vuelta, al llegar al límite de aquel prado, Green volvió la cabeza un momento hacia atrás y suspiró mirándolo, de alguna manera, se había roto el espejismo. Se encontró con la mirada de Orlando, detrás de ella y le sonrió. Se encontraba mejor, había sido una buena terapia, ahora ese lugar tendría un nuevo recuerdo, uno infinitamente más agradable.
La niebla se deshacía lentamente y el camino parecía ser completamente distinto, aún no brillaba el sol cuando llegaron al castillo.
Dejaron los caballos en el establo, les quitaron las monturas y les pusieron abundante comida en los pesebres. Orlando acariciaba su caballo pasando la mano y dándole palmadas por el cuello, de pronto, se volvió hacia Green.
-He estado pensando en algo. Los deseos que no se alcanzan se nos hacen siempre en el recuerdo mucho más preciosos que la realidad y nos dejan ese sabor amargo de lo que se ha perdido, puedes hacer algo para que su fantasma sea menos fuerte…
-Su fantasma… ya no es tan fuerte.
-Pero ¿no sería un recuerdo mucho más dulce si hubieras hecho el amor con él? -Green le miró sorprendida y confusa-
-¿Y… cómo…
-Puedes utilizarme a mí para el hacer el amor con Jorge.
-Ahora sí que estoy en blanco.
-¿Nunca has superpuesto otro rostro cuando has estado con alguien? Piensas en otra persona y te imaginas que haces el amor con esa otra persona, o la imaginas entre los dos. Alguien inalcanzable, alguien a quien desees secretamente. Así puedes hacer el amor con dos personas a la vez. Algunas veces lo he hecho, es una sensación muy erótica, en alguna ocasión lo he sentido tan real… penetrar a dos mujeres a la vez… como es imposible en la realidad por eso creo que es un sueño erótico para todos los hombres. Incluso –sonrió con picardía mientras su mirada iba hacia el pasado- he llegado a escuchar los gemidos de las dos.
-No sé si quiero hacerlo…
-¿Por qué no? Necesitas un exorcismo, yo puedo ser tu “Padre Karras”
Green rió la ocurrencia.
-No soy la niña del exorcista… -exhaló aire- Ahora… no es el mejor momento…
-Ahora tienes el recuerdo muy vivo, me has dicho que podías ver su cara y sus manos, seguro que puedes recordar muchos más detalles de él…
-¿Y tú? ¿Quieres que yo sienta que estoy con él…? ¿Pero…?
-Sí. No importa, ya tendremos tiempo de hacer el amor los dos solos.
-¿Y si… no puedo… si, me bloqueo o me…
-Te he tenido llorando entre mis brazos, podré soportarlo si te sientes mal.
-Soy yo la que no sé si podré soportarlo.
-¿Y vas a quedarte con las ganas de saberlo?
Green estaba prendida en los ojos chocolate, quería decirle que sí, quería ser valiente, atrevida, sabía que Orlando deseaba que ella se sintiera mejor… pero tenía mucho miedo. Ya le dolía lo suficiente cuando recordaba, lo que él quería era un paso más allá. Tenía miedo y sabía que para Orlando, el miedo no era una opción… no le quedaban muchas salidas. El miedo se puede controlar… es uno de los primeros principios que había aprendido para trabajar, para detener a alguien. El miedo no te puede paralizar… Pero el miedo de algo real era mucho más dócil de dominar.
-Sí. –tomó aire- Está bien. Lo haré. –soltó el aire jadeando- Sólo déjame darme una ducha y ven a mi cuarto.
-Estupendo. Yo haré lo mismo. –le dio un beso en la frente- Me alegro.
8.-
Con el mayor sigilo Orlando llegó a la puerta de Green y la abrió despacio. Divisó a su dueña al lado de la cristalera mirando cómo subía poco a poco el sol, cerró con el mismo cuidado y pulsó para bloquearla. Pensó en el intercomunicador y se registró los bolsillos pero vio que lo había dejado olvidado. Green se volvió hacia él, parecía algo más pálida pero sus pasos al acercarse al actor fueron decididos. Orlando le cogió las manos igual que había hecho en el campo.
-¿Adelante?
Ella asintió con la cabeza.
-Estoy en tus manos.
-Voy a vendarte los ojos, no quiero que los abras y me veas a mí. –Le mostró un cinturón de seda de una bata- ¿Tienes algo mejor?
-Creo… sí. -Green fue a su baño y trajo una cinta elástica de color negro bastante ancha.
-Perfecto.
Orlando se la colocó con suavidad dejándole libre el pelo. La cinta se ajustaba perfectamente, comprobó que no se caería. Siguió de pie frente a ella y volvió a tomarle las manos.
-Ahora tienes que hablarme de Jorge. Quiero saber cómo era, todos los detalles que recuerdes, tienes que repasar las veces que le hablaste, que le miraste. Tienes que recordar su cara al sonreír, al estar serio, al estar cansado… Quiero que estés viendo su cara en tu cabeza constantemente… -Green asintió de nuevo pero no se sentía capaz de empezar a hablar, respiraba algo agitada, Orlando sabía que estaba reuniendo fuerzas. La beso ligeramente en los labios- ¡Vamos!
Green suspiró.
-Paró el coche al lado de la puerta, nuestro bloque no era muy grande, sólo diez pisos, dos por planta. Estábamos esperando que llegaran los nuevos inquilinos y la curiosidad me hizo dejar los apuntes y asomarme a la ventana. Me gustó el coche, era un deportivo de color negro, se bajó y le estudié con avidez. Llevaba un pantalón vaquero y una chaqueta de cuero negra, era muy alto y el pelo de color castaño claro brillaba bajo el sol, lo tenía algo menos ondulado que tú, gafas de sol muy modernas, deduje que tenía dinero, que le gustaba vestir bien. Entonces pensé que sería un creído y se daría aires de príncipe. De pronto alzó la cabeza y se quedó mirándome. Me quedé paralizada un momento y me escondí hacia dentro.
-¿Cómo era su cara? ¿Cómo te miraba?
-Sonreía… su boca era preciosa, tenía los labios entreabiertos… y pensé un segundo solo… cómo sabría su saliva… -Green se estremeció. Orlando la beso y dejó que ella recorriera con la lengua el interior de su boca.
-Sigue.
-Un par de días más tarde vino a presentarse. Nos contó que le habían destinado al hospital y que era la primera vez que estaba tan lejos de su ciudad. No podía creer que fuera tan simpático, los médicos que había conocido no hablaban dos palabras seguidas y Jorge charlaba por los codos. Pensé: Jorge es un nombre exacto para él, masculino, bonito, sencillo, dulce para pronunciarlo una y otra vez.
Orlando bajó la voz y le dijo susurrando:
-Pronúncialo otra vez, pronuncia mi nombre
-Jorge… Jorge, Jorge… -Green sonreía con dulzura mientras modulaba esa palabra con tonos distintos- Jorge… Jorge… Cómo sonreía al hablar, estaba muy contento, decía que la carrera le había dejado exhausto, que le encantaba trabajar, le encantaba ser médico, pensé que podría curar sólo con su voz.
-¿Cómo es su voz?
-Cálida… cálida, cercana. Pronuncia las s muy suaves, se ve que es de lejos, no habla como nosotros. Me mira y me sonríe. Yo estoy sentada en un brazo del sofá, al lado de mi padre, me pregunta por mis estudios, por lo que voy a hacer. Me aturrullo para contestarle, me pone nerviosa, le sonrío también mientras me arden las orejas.
Orlando deslizó su boca hacia la oreja izquierda de Green le sopló un poco y después se la lamió.
-Un día estaba enferma con fiebre, quería levantarme porque tenía un examen y discutía con mi madre, entonces ella escuchó su puerta y salió. Les oí hablando en el pasillo. De pronto apareció en mi dormitorio mirándome con interés, mi madre se disculpaba y él le quitaba importancia, decía que tener un médico de vecino tenía que tener sus ventajas, mi madre fue a la cocina a seguir lo que estaba haciendo y Jorge se quedó reconociéndome sentado en la cama a mi lado. Me tocó los ganglios, sus manos eran suaves y secas, cogió el termómetro y me lo metió en la boca, le miraba aún sin reaccionar, me dejaba hacer, sentía mucha vergüenza al pensar que mi madre le había pedido que viniera a verme y a la vez estaba delirando entre la fiebre y la felicidad. Me abrió unos cuantos botones del pijama y cogió el fonendo de su maletín, me lo puso en el pecho. Yo no era capaz de respirar más despacio y tuvo que estar un buen rato moviéndolo para escucharme la respiración. Al menos pensó que me lo provocaba la fiebre.
-¿Tenías un pijama como éste?
-Supongo que algo parecido.
-Ven, dame las manos.
-¿Qué…
-Voy a llevarte al mismo sitio.
Orlando la llevó la cama, la abrió y ayudó a Green a colocarse bien y le subió las sábanas un poco. Se sentó a su lado.
-Creo que estarías así. Sigue, Jorge te estaba auscultando.
-Miré su cara como si quisiera grabarla, esculpirla dentro de mi cabeza y no olvidar nunca esos minutos, terminó de escucharme y me miró, no entendió la mirada de fascinación que yo tenía.
-“No es nada grave.” me dijo “Pero tu madre tiene razón, no puedes ir al instituto, le pegarías la gripe a la mitad, aunque es probable que estuvieran encantados de poder faltar.” me miró con una gran sonrisa “Además te libras de ese examen por hoy. Te haré un justificante.”
Orlando volvió a bajar la voz.
-¿Cuántos botones te desabrochó?
-No sé.
-Piensa… ¿te tocó la piel con los dedos mientras lo hacía?
- …fue al cuello, noté… sí me rozó el cuello y me abrió uno, dos, tres… creo que un cuarto…
Orlando empezó a abrirle botones mientras ella notaba el mismo azoramiento que diez años atrás.
-Yo no creo –seguía susurrando- que fuera necesario el fonendo, creo que él quería mirarte y tocarte. Creo que Jorge se moría por hacer esto…
Acercó su boca a la ancha uve que habían dejado los botones abiertos y besó justo donde comenzaba a llenarse uno de sus pechos, escuchó como se le escapaba un gemido. Continuó deslizando su boca y dejando pequeños besos en el generoso escote.
-Respira… respira… otra vez…, no escucho nada. He venido a ver cómo estás y no veo que tu respiración se agite demasiado... tendré que seguir abriéndote el pijama... para ser una adolescente, tienes unos pechos preciosos... tendré que venir con el fonendo todos los días para saber que te recuperas…
¿Ves mi cara sobre ti?
Green estaba segura que su respiración era exactamente la de aquel momento.
-Sí.
-¿Ves cuanto te deseo? Te sonrío para que confíes en mí. Quiero comportarme con naturalidad pero no puedo apartar los ojos, no quiero hacerlo. ¿Ves en mis ojos cuánto te deseo?
-Sí
Se inclinó sobre ella y la besó, empezó siendo un beso dulce pero en seguida se volvió voraz, violento, insaciable. Los brazos de Green lo aferraron y lo estrechó contra ella mientras bebía de su boca el tiempo que había pasado, después sus manos fueron al pelo, a la cara, le recorrió el rostro con los dedos y le besó las mejillas, los párpados, la comisura de sus labios, el cuello. Jorge seguía sonriendo mientras ella le besaba, cogió una de sus manos blancas y la puso sobre su cara pero ya él volvía de nuevo a inclinarse sobre ella, notó su cuerpo, su calor, el fonendo había desaparecido, miró hacia la puerta de su cuarto, tenía el cerrojo echado, su madre había desaparecido en la nada. Se entregó a Jorge. De pronto él estaba desnudo, tocaba la piel suave de sus hombros, de su espalda, empezó a notar su peso. No quería pensar en si estaba bien, Jorge había decidido, ella sólo podía hacer lo que él quisiera, ella era de Jorge. Después en otro momento, él se abrió paso a través de su cuerpo, había recuperado la virginidad durante unos instantes para perderla por él, para él. Le estrechó de nuevo, quería que Jorge la invadiera, que llegara a cada hasta cada extremo de su cuerpo, que supiera que ella le pertenecía. Siguió haciéndole el amor hasta que ella tuvo un orgasmo, entonces estalló en sollozos.
Orlando paró.
-Ya, ya… ya está… tranquila… ya…
Se quedó a su lado y la arropó entre sus brazos, le quitó la cinta de los ojos.
-Ya… ya… has sido muy valiente.
Ella dejó la cabeza hundida en su pecho. Orlando escuchó como sus sollozos poco a poco iban perdiendo fuerza y la acunó como una niña. Cuando pararon las lágrimas de correr por su pecho se dio cuenta de que Green se había dormido, la miró con dulzura y pensó que también a él le estaba invadiendo el mismo sopor apacible. Encontró el mando que oscurecía los cristales, dejó la habitación a oscuras y se removió hasta encontrarse cómodo pegado al cuerpo de ella. Respiró profundamente y se dejó vencer por el sueño.
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