Orlando (fragmento)
Por la mañana se encontraron Nibbi y él en la cocina para tomar algo antes de irse. Orlando parecía muy despejado, a pesar de la hora, Nibbi se preguntó con malicia si habría descansado bastante. Cuando volvieron la tarde anterior, mientras duraban las presentaciones había mirado a Green y ésta le había devuelto la mirada cerrando los ojos y sonriéndole. Estaba claro. ¡Ah! Le habían aumentado los latidos…ya eran tres… bueno, eso era estupendo, quizás a ella le faltara tiempo, no se veía preparando ningún plan pero se alegraba por sus compañeras. Conocerlo había sido increíble, cómo debía ser sentirse una en sus brazos… estrechándola… cortó aquellos pensamientos en seco, tenía que estar centrada para volar. Además iban a pasarse solos varias horas, y eso ya era suficiente para ponerla nerviosa, no necesitaba añadir su imaginación al cocktail.
Nibbi lo llevó por un pasadizo, a pesar de ser subterráneo, al menos eso intuía, no era como los de las mazmorras, comenzaba en otro lugar de los sótanos y no parecía ser antiguo como los otros. Los sistemas de seguridad los hicieron parar un par de veces y llegaron por fin a un pequeño ensanche con un ascensor. Subieron y se encontraron en una especie de garaje con varios coches de tipo todoterreno, se acercaron a uno y Nibbi sacó de su bolsillo una llave con varias pequeñas teclas, pulsó una combinación y el coche se abrió, deslizándose las puertas delanteras hacia atrás. La llave sólo servía para eso porque dentro del coche se encendía otro teclado pidiendo una nueva serie de cifras, por último Nibbi apoyó su dedo pulgar en un lugar y el coche arrancó al mismo tiempo que en un lateral del garaje se abría una puerta metálica de tamaño suficiente para salir. Orlando miraba maravillado todo el proceso, Nibbi le sonrió.
-Ponte el cinturón, para eso no hay código, es un cinturón vulgar. –Orlando tiró de él y lo ancló.- Además son ecológicos, me imagino que te gustará saberlo. Utiliza un combustible experimental, aunque la patente no es nuestra, sólo somos parte de la prueba de campo. Ya sabes que Lunkel hace intercambios “quid pro quo”. Esperamos que se pueda utilizar también en las avionetas aunque aun falta un poco.
-Pero no explotará ¿verdad?
La risa de Nibbi le tranquilizó.
-No debería. Lunkel ha repasado los motores varias veces, siguen perfectamente herméticos y ya hace tiempo que los utilizamos. Las primeras pruebas se hacen en laboratorios, ahora sólo es tiempo de protocolo. No debe pasar nada… aunque esa es la teoría… -Orlando la miró frunciendo algo el ceño, Nibbi volvió a reír- Los vehículos están blindados, puedes relajarte y disfrutar de tu paseo.
Poco después llegaban al hangar. Se encontraba en un desnivel del terreno y a los lados crecía una vegetación espesa y alta con lo que la pista quedaba bastante oculta.
-No es corta, hay espacio más que suficiente para despegar y aterrizar.
-Sólo estaba pensando que está muy bien escondida.
-Sí. Y rodeada de cámaras. No podemos correr riesgos.
Nibbi entró en el hangar y detuvo el coche. Subieron a una de las dos avionetas, Orlando ocupó el lugar del copiloto y esperó mientras Nibbi iba encendiendo y siguiendo la rutina de comprobación. Empezaron a rugir los motores y contactó con una torre de control para pedir autorización para seguir un vector de vuelo. Nibbi empleó el vocabulario exacto que se utilizaría en el comienzo de una película de desastres aéreos, rió Orlando para sus adentros, deformación profesional pensó, con los vuelos que tomaba él habitualmente no había lugar para el miedo. No entendía cómo había gente con miedo a volar.
Despegaron, Nibbi manejaba la avioneta con una destreza y suavidad realmente asombrosas, una vez estabilizada a la altura correcta, marcó el rumbo y notó como ella se relajaba bastante.
-Bueno, ahora sólo hay que vigilar que no haya alertas y disfrutar del paisaje.
Orlando miró abajo, la zona donde estaban era bastante boscosa y salvo pequeños núcleos muy aislados el verde dominaba toda la vista hasta el horizonte.
-¿Dónde aprendiste a volar?
-En Méjico. ¿No se me nota el acento?
-¡Vaya! ¿Méjico? No soy un especialista, lo siento. Así que eres de allí.
-Sí. Mi familia es de una zona poco poblada, con difícil acceso por otros medios, además se utilizan para fumigar los sembrados, así que estamos familiarizados con estos aparatos. Desde que era una niña sabía que me encantaría pilotar.
-¿Y los narcóticos?
-Bueno –sonrió mirándole- También eso empezó allí. Tendré que contarte un poco de mi historia.
-Estoy impaciente.
-Mi abuelo es un chamán mejicano. Fuera de nuestra cultura, se exagera y se mitifica su figura pero los chamanes o al menos mi abuelo es realmente un conocedor de hierbas, -le sonrió- además de un apasionado ecologista –Orlando le devolvió la sonrisa- seguro que haríais muy buenas migas. Creo que él conserva un legado de tiempos pasados, el conocimiento de las propiedades de las plantas es realmente vastísimo. Y claro está, entre ese conocimiento también está el uso de plantas y setas alucinógenas. ¿Has probado alguna vez setas alucinógenas?
-No lo creo.
-Es muy peligroso. No debe hacerse por gente no iniciada, y no se inicia a gente que quiere experimentar por placer, no sé si me explico.
-Perfectamente.
-Cuando tenía unos siete años le seguí un día, él tenía una cabaña en el bosque a la que no podíamos ir los niños. Le estuve espiando sin que se diera cuenta, tenía un montón de estantes con botes de cristal y cestas de mimbre, todo perfectamente ordenado y separado. Cuando se marchó me quedé allí dentro y no se me ocurrió otra cosa que comerme un trozo de algo que él tenía allí. ¿Has oído hablar del peyote?
-¿No era eso lo que se comían Jim Morrison y los del grupo The Doors en la película que hizo Val Kilmer?
-Exacto. El peyote es un tipo de cactus pequeño, contiene una sustancia que se llama mescalina. Me lo comí y tuve un viaje en toda regla. Imposible de olvidar, tuve alucinaciones durante varias horas y vi al enano verde.
Orlando la miró con los ojos muy abiertos y casi echándose a reír.
-¿Qué?
-Vi un duende vestido de verde. No me habló, danzaba por la cabaña, como si quisiera jugar. No sentí miedo de él, era divertido.
Orlando ya no pudo contener la risa.
-Joder, sí que tuviste un viaje…
-Lo que no sabes es que mucha de la gente que ha tomado peyote lo ve.
-¡¿Qué?!
-Hasta tiene nombre. Se llama Mescalito.
-No puedo creerlo.
-Pues es cierto. –Nibbi se encogió de hombros- ¿Quién sabe por qué? Hay libros que hablan de las experiencias alucinatorias y explican que la creación de todos esos seres del bosque, duendes, enanos, hadas se basa en estas experiencias con sustancias, por cierto, también los elfos. ¿Nunca te has preguntado por qué las casas de los gnomos son setas?
-No tenía ni idea. Joder sí que tiene sentido.
-Vi a Mescalito. Cuando crecí quise comprobar qué había de verdad, de científico en todo eso ¿sabes? así que me fui a la capital a estudiar Química y me especialicé en el estudio de todo tipo de fármacos y sustancias psicotrópicas. Mi abuelo me dejó hacer de ayudante suya bastantes veranos, me gané su confianza y aprendí mucho de él, aunque me criticaba por mi actitud más fría y escéptica ante los conocimientos heredados, su frase favorita era: “Con los ojos de la ciencia no se puede ver todo el universo”.
Y creo que no me enseñó todo lo que sabía, por haberme ido a estudiar a la universidad pienso, quizá no conseguí suficiente confianza, no sé. –le dijo sonriendo.- Green contactó conmigo hace varios años para un trabajo, recabando información y nos hicimos amigas. Me uní al grupo casi inmediatamente y eso es todo.
-¿Y no has experimentado más veces? ¿No lo has vuelto a repetir?
-No. Tuve suerte, podía haberme quedado pillada, hay gente que no vuelve de los viajes. Si hubiera comido más quizá no me habría despertado. Yo soy más científica que chamán, prefiero la investigación.
-¿Y los afrodisíacos existen o son un mito?
-Esa es una buena pregunta. ¿Existen sustancias que despiertan nuestro apetito sexual? Pues hay una legión de seguidores y de detractores entre los propios científicos. Existen sustancias ligeramente psicotrópicas como el alcohol o la marihuana, que pueden liberarnos de algunos frenos psicológicos y aumentar nuestro deseo, y también nuestra autoestima, para ser más “lanzados” a la hora de hacer propuestas sexuales, ya sabes, temor al rechazo, temor a la responsabilidad, temor al daño al otro, temor a la opinión pública, etc.. un poco de vino, champán o la absenta que también tiene una gran leyenda, tienen un problema, si te pasas de dosis se acabó la fiesta. También hay sustancias, sobre todo olfativas que pueden despertar nuestra apetencia, como cuando pasas por delante de una pastelería, la canela por ejemplo cuyo uso como afrodisíaco creo que se remonta a los egipcios, la mirra…
-O sea que te hacen desear comerte al otro.
Nibbi rió.
-Sí, algo así, aunque hay hombres que dicen preferir únicamente el “odore di fémina”.
Las ostras y el champán en combinación tienen también su fama aunque no se ha descubierto una relación científica. Y por último están los vasodilatadores que es la versión no poética de la historia, mejoran durante un tiempo la circulación. Por ejemplo la famosa viagra.
-¿Ya está? ¿No hay más? ¿No existe alguna hierba secreta de tu abuelo que sólo conozcas tú que provoque eso?
Nibbi le miró un segundo con intensidad, Orlando creyó que iba a decir algo pero después de unos momentos, ella miró hacia delante al paisaje y le contestó con un conciso:
-No.
El la miró mientras comenzaba el descenso. Había algo que no le había dicho, ella era experta en narcóticos pero él era experto en fingir y disimular.
https://sobreleyendas.com/2009/12/23/mezcalito-dios-chamanico/
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