La semana siguiente Boollmon tenía que memorizar una gran cantidad de escenas, estuvimos muchas horas encerrados en la suite o en mi despacho del estudio, repasando una y otra vez las frases, había trozos que le costaban especialmente, los grabamos y él los escuchaba de su voz una y otra vez. Comenzaba la parte más intensa del rodaje, se rodaban las escenas varias veces, algunas las repitieron tantas que se perdía la cuenta, cuando el director se mostraba satisfecho, se empezaba a rodar la siguiente, los actores que no intervenían, estaban por todo el estudio, ensayando, trabajando con los asistentes, se les llamaba cuando les tocaba rodar. Todo el equipo tenía estrés.
Llegábamos a la suite agotados pero la adrenalina no bajaba rápidamente. Algunas noches, Oswald me llevó a tomar copas, por supuesto de incógnito. Conocía ya qué zonas estaban más animadas y le encantaba llegar a un local y sentarse a observar a la gente mientras se tomaba lentamente su whisky. Podía pasar dos horas o mas, sentado, sin pronunciar una palabra. Algunas veces nos quedamos hasta muy tarde, me pedía que bailara, y me miraba mientras seguía bebiendo. Boollmon recordaba, eso me dijo, que me gustaba bailar. Era cierto, bailar me ponía de buen humor, me servía tanto para descargar el estrés como para animarme si estaba algo deprimida. Algunas veces, después de mirarme bastante rato, se animaba él también, siempre elegía canciones sensuales, en las que pudiera acercarse, pegarse a mí, sus manos recorrían mi espalda, mis caderas.
Una noche de esas me dijo:
-Mira a todos los hombres que están aquí, quiero que elijas a uno, ¿Cuál es el que más te gusta? ¿A quién elijes?
Miré en derredor, estuve fijándome en sus caras, en cómo vestían, en cómo bailaban. Finalmente escogí a uno cualquiera y le indiqué donde estaba y como estaba vestido.
-¿Ese? Tenía entendido que no te gustaban tan jóvenes. A ti te gustan los octogenarios.
-¿Qué? ¿De donde ha sacado esa tontería?
-Te gusta Illne que es como Matusalén. Bueno centrémonos en ese hombre. Míralo bien. Tómate tiempo. Dime como es.
-¿Cómo es?... Bueno, yo diría que… no lleva mucho tiempo en la ciudad, está buscando amigos, es posible que haya dejado la universidad y sus padres están enfadados, quiere probar suerte.
-¿Actor?
-No, no sé por qué pero no parece actor, quizá guionista, o quizá le gustaría dirigir, quizá ha hecho algún corto.
-Bien. ¿Qué tipo de mujeres le gusta?
- Eso es difícil. ¿Cualquiera?
-No, piensa un poco. Sigue inventando.
- Le gustan… las mujeres tristes. Las busca para robar historias, las ha ido encontrando en su viaje por todo el país, mujeres con dramas, con frustraciones, ha descubierto un caudal inmenso de historias para escribir, es guionista, estoy segura.
Boollmon sonreía.
-Casi me echo a llorar yo también. ¿Quieres que te obligue a hablar con él?
-No, no quiero hablar con él. No me interesa, sólo era un juego tonto.
-Dezh, si pronuncias esas palabras, ya sabes que apenas puedo resistirme. ¿Sigues olvidando los primeros principios o es que es un sí? Está bien, pensé que te gustaría ver si habías adivinado algo, no te obligaré si no quieres.
Le miré a sus ojos oscuros. Mi respiración se agitó, algo en mi cabeza había cambiado, un programa había alterado su funcionamiento, “un programa una vez establecido no puede ser modificado…” ¿de qué película era? Boollmon también me miraba, esta vez estaba segura que no tenía ni idea de lo que yo estaba pensando. Me levanté y me fui a hablar con aquel chico. Estuve un rato, Boollmon nos miraba desde la mesa, estaba demasiado lejos para oír la conversación, pero nos veía bien. Después de un rato, el desconocido empezó a acariciarme, supuso como parecía obvio, que yo me había acercado para ligar. Miré a Boollmon, el me hizo señas para que volviera. Me disculpé con él, le ofrecí alguna excusa, me dio su número de móvil, lo cogí.
Boollmon me esperaba ya de pie.
-Vámonos.
Tardó bastante rato en hablar, yo conducía camino del hotel, nos cruzábamos con otros coches, las luces iluminaban el interior por unos instantes. Creí que no iba a pronunciar ni una palabra en el trayecto pero no fue así, de pronto me preguntó.
-Bueno, cuéntame ¿Es guionista?
-No. No he acertado mucho, esa es la verdad. No tiene nada que ver con el cine. Sólo adiviné una cosa, ha llegado hace poco y no ha hecho amigos aún. Su empresa le ha enviado aquí, es ingeniero. Acaba de licenciarse con muy buenas notas, y le han ofrecido un buen puesto aunque lejos de su casa.
-¿Te hubiera gustado quedarte?
-No.
-No volveré a hacerlo.
-¿El qué?
-Ponerte ante el conflicto de elegir.
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