Amelie
-Te gusta tanto como a mí. ¿Verdad?
-Me encanta... creo que es la actividad… más interesante del ser humano.
Tenía… un cierto pálpito de que nos compenetraríamos… –Orlando fue a moverse y ella de nuevo le frenó. –Espera aún un poco. No te preocupes, no pesas… eres delicioso Orlando, no sé si te lo habrán dicho… millones de veces… -rió entre los jadeos- es posible, pero puedes convencerte de que es cierto. Y… es cierto que hueles a vainilla.
-¿Qué?
-Lo leí en una entrevista hace tiempo. La periodista decía que al moverte, exhalabas un olor muy tenue a vainilla.
-No puedo creer que dijera eso.
-Te lo aseguro. Y es cierto, tu piel deja un halo, como si estuviera impregnada con especias, yo diría que hay también un punto de canela… o clavo de olor, sólo una nota. Eres delicioso.
La besó dulcemente y se hizo a un lado, se desprendió del condón, y siguió tumbado al lado de Hesperia, la besó de nuevo en la mejilla.
-Voy a estar unos días fuera.
-¿Te vas a marchar?
-Tengo que hacer algunas cosas, me iré pasado mañana muy temprano, pero volveré en cuatro o cinco días.
-No me gusta la idea, ¿Cómo vamos a terminar “La Ilíada” si desapareces y aún no hemos empezado?
Hesperia rió.
-Tendrás que leer solo, y cuando vuelva veré si has trabajado bastante, pienso preguntarte.
-Ya, bueno, lo haré- Orlando le sonrió y le dio un ligero mordisco en el brazo- Y…¿sería muy descortés que habláramos ahora de una de tus amigas?
-No… –ella le sonrió con picardía- ¿Quién de ellas?
-¿Cómo es Amelie?
-¡Uah…! ¡Vaya! Un cambio muy estimulante. La pequeña Amelie es… como un bollito de leche, tierna y dulce…, si eso se puede decir de alguna de nosotras.
-Se parece a la auténtica, a la de la película.
-Sí, se parece. Ojos cándidos, piel de nácar, una sonrisa inocente y una dulzura perenne.
-Comparto la descripción. No puede llevar mucho tiempo aquí, ¿verdad?
-Lleva un año más o menos, sus padres la enviaron a Francia a estudiar idiomas. Es una superdotada, habla… creo que son ocho idiomas y está estudiando más.
-¿Qué edad tiene?
-Hace poco se ha convertido en mayor de edad. Te gusta ¿Eh?
-Todas vosotras me provocáis fascinación, sois misteriosas, increíbles. Me cuesta creer que lo que sucede aquí es real, así que observo y… me imagino… intento no perder detalle de vosotras y de todo esto, podría no haber sucedido, pero aquí estoy, como en un mundo paralelo. Es como si me estuviera tomando unas vacaciones de mi vida… o de mí mismo.
-Así es Orlando, estás de vacaciones y Amelie es un bocado de nata.
- AMELIE
Aquella mañana volvía a hacer muy buen tiempo, los días que llevaba en el castillo de Green habían sido luminosos y cálidos aunque por el calendario el otoño avanzaba. En aquella región de Francia, cualquiera que fuera, en la que estaba, seguía siendo un final de verano largo y suave. Miró hacia la mesa de su cuarto, Hesperia le había dejado el libro allí. Sonrió, era cierto que a ella le gustaba leerlo, se sabía todos los apodos de los griegos y de los troyanos, y recordaba tal cantidad de personajes que le parecía imposible. Mientras se lo leía la tarde anterior, tenía tal entusiasmo que consiguió transmitírselo y él siguió leyendo un buen rato después que ella se marchara a sus actividades “alegales” y a hacer la maleta. Suponía que ya debía llevar varias horas de viaje, no le había preguntado adónde iba, quizás aún no se lo hubiera dicho. Orlando reconoció que le gustaría saberlo, comprendía que no le pudieran desvelar todos sus secretos pero en su fuero interno le molestaba un poco.
El día anterior, de nuevo, había comido y cenado en el comedor del gran ventanal y ya se había sentido uno más del grupo. Esta vez era él el que había estado contestando a las preguntas de ellas, las chicas mostraban una gran curiosidad por pequeños detalles de su vida, de su infancia, de sus costumbres. Pensó en lo dura que le resultaba la fama, los periodistas persiguiéndole por todas partes, gente que le grababa en los móviles en cualquier sitio donde estuviera, siempre con la sensación de que era espiado para después ser cuestionado y criticado, aunque también había mucha gente que le quería, que le tenía afecto, era verdad que lo notaba y que lo agradecía de veras. Como las chicas. Se percibía en cada gesto y en cada frase de ellas que le tenían cariño, seguro que mezclado con otros sentimientos, pero llenos de ternura y afecto. Que fácil sería su vida si los fans pudieran ser como aquellas chicas, poder ver brillar en sus ojos la emoción que él les producía, y sin embargo, poder convertirse en amigos, compartir cosas con ellas, hacer cosas juntos, o simplemente charlar y conocerse. Miró de nuevo hacia el ventanal y decidió que la Ilíada podría esperar, le apetecía mucho más ir a caminar bajo el sol. Salió y ya sin esfuerzo caminó por los pasillos y las escaleras del castillo hasta salir, también había estado recorriéndolo el día anterior y empezaba a tener una idea más clara de la distribución, aunque era enorme.
Igual que había hecho la primera vez, empezó a caminar hacia los árboles, aquella zona le gustaba especialmente, esta vez se alejó más y se adentró sin rumbo sorteando los árboles al azar. No estaba seguro qué tipo eran, el tronco era muy ancho y alto, aunque no estaban tan juntos que no dejaran pasar el sol. Al acercarse a uno de ellos, de pronto, una cabeza morena surgió de detrás.
-¡Orlando! ¡Hola! ¿Estabas dando un paseo?
-Hola Amelie. Sí, ¿Hoy no trabajas?
Amelie estaba sentada bajo el árbol leyendo un libro, se había llevado una manta para sentarse y apoyaba la espalda en el tronco. Su rostro tenía una expresión de felicidad imposible de ignorar, se la veía muy bonita y un poco más niña.
-No hay demasiado trabajo, los ordenadores están cruzando datos. Antes de comer me pasaré a ver si aparecen alarmas para seguir con los otros procedimientos. Ya sabes, pura rutina.
-Sí. –sonrió- Pura rutina. ¿Te he interrumpido? ¿Estabas leyendo?
-Estaba leyendo pero no me has interrumpido, lo he leído varias veces. Hoy me apeteció cogerlo de nuevo y… ven siéntate.
Orlando se sentó junto a ella y se apoyó igualmente en el tronco, miró con interés el libro que Amelie le enseñaba.
-Creo que no sabes español.
-No, ni seguro que los otros idiomas que hablas tú. Hesperia me dijo que hablabas muy bien un montón.
-¿Hesperia te lo dijo? Bueno, así es. Tengo una facilidad natural, no me cuesta demasiado, de pronto, cuando escucho un idioma, pasado un tiempo, las palabras se ordenan en mi cerebro, no sé, no sabría explicarlo. Te contaré un poco de mi vida secreta, yo soy de Nueva York, de madre francesa y padre judío americano, uno de sus mejores amigos que ejerce un poco como tío, es un judío muy testarudo y muy divertido, tiene prohibido hablar en su casa otro idioma salvo el hebreo, así que de niña aprendí inglés, hebreo, francés y español, la tata, la señora que me cuidaba era de Méjico. La quería igual que si fuera de mi familia, ella me regaló este libro.
-¿Cuál es?
-Se traduce por “Como agua para chocolate”, es de una autora mejicana y es uno de mis libros favoritos, me ha acompañado durante muchos años. Los días así con sol, con paz, de pronto pienso en esta historia y no puedo resistirme a cogerlo y volver a leer, este libro está lleno de vida, describe tan bien las emociones, los sentimientos… te hace recordar momentos porque seguro que te sientes identificado con los personajes. ¿Tampoco has visto la película?
-No lo sé, no me suena el nombre.
-En la historia hay momentos en que al preparar una comida, le pasaban los estados de ánimo. Cuando los otros la comían, percibían la pena o la alegría, el deseo, o el odio y les transformaba, les provocaba reacciones…
-Curioso. Como cuando miras a una persona y sin saber por qué te viene a la boca un sabor delicioso… como la nata.
Amelie le miró sin comprender demasiado, no la dejó que le preguntara sobre el tema.
-Me parece que a todas vosotras os gusta mucho leer.
-Sí ese es otro punto que tenemos en común. La verdad es nos pasamos horas leyendo, ¿has visto la biblioteca de Green?
-Creo que no.
-Te llevaré a verla, es impresionante.
-¿Y tu familia? ¿Saben ellos lo que haces?
-No exactamente… Mi familia cree que hago traducciones para el gobierno y que no pueden hablar de eso, oficialmente estoy matriculada en la Sorbona y estudio árabe. Orlando comprendes que todo esto es… secreto, que… te he contado demasiado…
Orlando le cogió la mano entre las suyas y la miró a los ojos.
-No te preocupes. Te juro que puedes confiar en mí. Además hoy estás demasiado bonita y no quiero que dejes de sonreír.
Orlando pudo notarlo inmediatamente, una luz en los ojos de Amelie brillaba, reflejándose en los suyos, un poco sorprendida pero claramente halagada, las líneas de su cara se suavizaron. Orlando tuvo la sensación de que rezumaba miel sobre la nata. Estaba seguro que la piel blanca de Amelie tenía por fuerza que saber a nata. Miró sus labios y ella supo en ese instante que iba a besarla. Sólo esperó, inmóvil, le miró aquel instante que se hizo eternamente largo, miró como le sonreía, como inclinaba lentamente la cabeza, cómo la piel de su cara rozó delicadamente la suya y por fin, los labios de Orlando se fueron extendiendo sobre los suyos, al principio ligeros, suaves, después notó la presión del beso, aumentando, la mano de Orlando en su nuca evitó que pudiera separarse, tampoco iba a hacerlo, se dejó besar sabiendo ya que nunca iba a olvidar aquel momento, pensó en Tita, ella habría sentido lo mismo cuando Pedro la besara, esa sensación de placer la inflamaba igual que a un buñuelo el aceite hirviendo.
Amelie no esperaba ser la siguiente, de hecho, a pesar de las predicciones de Hesperia, ella tenía bastantes dudas de lo que haría él. No le importaba tanto, sólo el tenerle allí, escucharle, saber que se despertaba en una habitación a unos metros de la suya, era suficiente. Orlando se parecía mucho a la imagen que se había forjado, a veces sentía que llevaba con ellas mucho más tiempo e incluso, olvidaba por momentos, que era ese actor perseguido por los paparazzi, por los buscadores de internet, adorado en cualquier parte del planeta. Ahora sabía que Orlando era al fin y al cabo un hombre, con sentimientos, con debilidades… un hombre de carne y hueso, por fin real, aunque sólo fuera durante un mes.
No se sintió extraña bajo sus besos y sus caricias, no se sintió confundida ni anonadada. Orlando Bloom la estaba besando y ella reaccionaba con una naturalidad que nunca habría supuesto, como si hubiera sucedido cada tarde. Poco después caminaron juntos hacia el castillo, él le hablaba, le hacía bromas, la abrazó por los hombros y Amelie le escuchaba entre risas, cogió la mano que él le alargó para subir corriendo por las escaleras, intentando no hacer ruido y llegar a la puerta de su dormitorio. Notó como la puerta se cerraba y su espalda se pegaba a ella mientras él la besaba de nuevo con más pasión y menos suavidad que sobre la hierba, notó calor, volvía a sentirse como la masa de un buñuelo, la piel que estaba en contacto con el cuerpo de Orlando estaba a punto de hervir y abrirse en burbujas. Abrió los ojos y miró los suyos de color chocolate, la habitación se estaba oscureciendo de pronto, flotaba entre un olor tenue a bombones y sintió que iba a desvanecerse entre los brazos de Orlando. Fue entonces cuando empezó a temblar, él lo notó al instante, a pesar que era muy leve, se separó un poco para mirarla, el rostro de Amelie estaba ligeramente más blanco.
-¿Te sientes mal?
-¡No!...
-Respira ¿Estás mareada?
-Perdona… Me siento un poco rara…
-Creo que no te he dejado coger aire después de la carrera. Respira un poco.
Amelie le miraba e intentaba al mismo tiempo llenarse de aire, era cierto que no tenía bastante. Posiblemente ni con el de toda la campiña le bastaría en ese momento para llenar su pecho, mientras seguía clavada a los ojos de chocolate que la envolvían. Tras un momento de duda, Orlando supo leer en los suyos qué le sucedía.
-Es… mmmm... ¿Es… la… la primera vez…?
Amelie suspiró y tras unos segundos se sintió con fuerzas para hablar.
-No sabes cómo me gustaría decirte que no lo es.
Los ojos de chocolate se enternecieron estrechándose, le sonrió con una ternura que no había visto hasta entonces en ninguna foto suya, Orlando la acogió en sus brazos lentamente, sin estrecharla demasiado, dejó que ella se pegara a él y descansara la cabeza en su pecho, la besó dulcemente en la sien varias veces.
-No pasa nada, es normal… que estés un poco nerviosa, todos hemos estado en tu lugar alguna vez. Sé como te sientes, no soy tan viejo.
Siguió dándole pequeños besos en la cabeza.
-No tiene que ser hoy. Tampoco tiene que ser conmigo, besarte también es delicioso.
Amelie se había serenado y ya no temblaba. En ese instante se había convertido en una mujer, una mujer segura de lo que quería.