Visié
Para Teresa,
Compañera de trabajo en Valencia, cuando aprobamos se parecía mucho a Visié, era pequeña, guerrillera y escurridiza. Y la llamaban La Lagartija.
En mitad del fuego se vio el caballo blanco de Visié. Iluminado por los resplandores rojizos, como un espíritu maligno, corría enloquecido por los establos en llamas. La hija de Azal había caído dentro, era imposible rescatarla, todo el recinto era ya una hoguera inmensa. De pronto, veloz, relinchando como para absorber el aire puro de la noche, el caballo blanco salió. Arriba, hecha un ovillo, cubierta por una manta chamuscada, estaba Visié, detrás salió otro caballo que ella traía agarrado fuertemente por la brida. Los guerreros lanzaron un grito de alegría al ver que se había salvado y ella se les unió gritando y bajando de un salto, agitando la brida del caballo que había rescatado y que ya le pertenecía por eso. En la cara pequeña, entre las sonrisas, podía verse el orgullo y la determinación de su padre. Algunos guerreros torcieron el gesto, no estaba bien para una mujer tener tanto valor.
Visié pertenecía al grupo de guerreros, y pertenecía merecidamente. Lo había demostrado ya en muchas ocasiones, era inteligente, escurridiza y tenía un sexto sentido para percibir el peligro. Los guerreros la llamaban Me-Mehes que significa La Lagartija.
De vuelta al poblado pasaron por la cueva del Dragón. Este era un símbolo protector del poblado, adorado por tanto como un dios. Ante la piedra gigantesca que cerraba la entrada, y que sólo se movía una vez cada año, Visié se arrodilló y besó el dibujo grabado sobre la piedra. Debía dar las gracias al Dragón por haber escapado con vida de las llamas. No creía, en absoluto, que hubiera tenido más ayuda que su ingenio y rapidez, sin embargo, eran costumbres de los antepasados y no podía trasgredirlas.
Arrodillada, besando las líneas en la piedra, notó un escalofrío y se levantó rápida y un poco tensa, montó. Miró hacia atrás y contempló su nuevo caballo. Era completamente negro y muy fuerte, debía pertenecer a algún dignatario del poblado enemigo, sonrió de satisfacción, ahora tenía los dos mejores caballos del lugar. Tendría que ponerle un nombre bonito al nuevo.
Habían arrasado el poblado enemigo. Estaba demasiado cerca y habían cometido pillajes en el suyo, no fue necesario mucho más. Aquella mañana habían partido los guerreros antes de amanecer y como una ráfaga veloz y silenciosa, habían incendiado el poblado, encenagado los pozos y arruinado los sembrados. Así se marcharían y durante algún tiempo, pensaba Visié, disfrutarían de paz, aunque siempre precaria. Estaba atardeciendo y esa noche celebrarían el final del verano y la reciente victoria. Iba a ser una gran fiesta en el poblado.
Las hogueras de la fiesta, en la explanada, bañaban el zigurat de una luz cálida y mágica. Pocas veces lo había visto Visié tan hermoso, era extraordinario como se había conservado, ni los más viejos habían oído contar cómo fue su construcción. Allí estaba, desafiante, generación tras generación. Los niños solían preguntarse jugando cual era más viejo si el zigurat o el Dragón. El acertijo no tenía solución, al menos nadie la sabía.
Alrededor de la hoguera central se bailaba, y en un ángulo de la explanada, las ancianas se ocupaban, con muchas idas y venidas, de asar carne, una cantidad asombrosa. Parecían mucho más jóvenes, el hacer comida proporcionaba a las mujeres ancianas una de sus pocas horas felices.
Más tarde se formó un gran círculo alrededor de la hoguera central y se repartió la carne. Todas las caras que veía Visié resplandecían de alegría, ella también estaba muy feliz, pensaba en el nuevo caballo. Podría ir en las grandes cabalgadas a partir de ahora y ser mucho más rápida si tenía que llevar mensajes. Respiró hondo mirando al zigurat y vio una figura que bajaba desde lo alto. Por las vestiduras le reconoció, era el Hechicero.
No volvió a acordarse de él hasta que un poco antes de terminar la fiesta hizo su aparición. Todo el mundo guardó silencio y se sentaron. Si el Hechicero interrumpía la fiesta era por algo grave e importante. Era muy viejo, y aunque el adorno que llevaba en la cabeza casi le ocultaba toda la cara, la voz cascada no ofrecía dudas de su edad. Llevaba un gran bastón labrado para sostenerse y con él golpeó el suelo tres veces antes de comenzar a hablar.
-Por fin me ha sido revelado quien ha de ser la doncella del Dragón de este año. Gran honor a la nueva esposa de nuestro Señor. Visié, hija de Azal, de la estirpe de Samal que ha sido designada por las estrellas.
No reaccionó enseguida, el Hechicero la tomó de la mano y la condujo hasta el pie del zigurat. Allí, una tras otra, todas las mujeres del poblado, durante un tiempo que se le hizo eterno, la reverenciaron tocando con la frente el suelo delante de ella. Miraba sus caras buscando una explicación a lo que estaba pasando. En los ojos de las mujeres mayores veía la lástima contenida y en los ojos de las jovencitas, alegría, también contenida. Ellas, al menos, tenían un año más de plazo. Visié no llegaba a comprender, era demasiado mayor para haber sido elegida, desde hacía un par de años había descartado tal posibilidad. Se consideraba salvada, tocada por la suerte o simplemente, por ser uno de los guerreros, era graciosamente ignorada. Sentía un dolor duro y confuso que le impedía pensar.
Aquella noche durmió a ratos, entre ensueños agitados y fiebre. En los lapsos sin sueño, no podía recordar qué era lo que la inquietaba, hasta que una de las veces despertó completamente. Todo el horror que su entendimiento rechazaba, que no había llegado a presentarse hasta que estuvo lúcida, apareció de improviso. Por fin comprendía el desastre que se le acercaba, la muerte en una palabra, tenía que disponerse a morir, sin lucha, sin cobardías o su familia caería en desgracia y sus primas la seguirían probablemente en años sucesivos. Ahora le parecía una costumbre bárbara y demencial pero la había visto durante veintiún años sin sentir ninguna reacción, no le preocupaban las muchachas que habían ido al encuentro del Dragón antes que ella, había dejado de verlas y no las recordaba nunca.
Salió fuera a respirar aire puro, pensando que si se quedaba en la cabaña vacía, las paredes se estrecharían hasta ahogarla. Fuera ya, se le ocurrió que podía ir a un lugar donde quizás la escuchara su padre o algún dios. Quebrantando una ley igual de antigua que los demás símbolos de su poblado, Visié subió al zigurat. La noche era muy oscura y se guiaba pasando la mano por la barandilla de mármol que subía con la misma pendiente que las rampas del suelo. Las losas aún guardaban el calor del día, así que lo que le había parecido una noche interminable habían sido sólo unas pocas horas. El calor de las rampas la hacía asirse al mundo, a la naturaleza. Llegó a la cúspide jadeando levemente. Las estrellas brillaban inmutables, era inexplicable que las estrellas pudieran revelar el nombre de una persona para ser sacrificada. Todo era un absurdo terrible. ¿Qué habían pensado las otras? ¿Qué se pensaría delante de la piedra grabada? ¿Qué se pensaría cuando la piedra se cerrara detrás? Entonces hizo algo que no hubiera creído, se sentó en el suelo y rompió a llorar llena de desesperación.
Llegó la mañana por fin. Vestida con una túnica blanca, prenda que no había vestido desde hacía años, y una corona de flores lilas, con la que se sentía tremendamente ridícula, se situó ante la piedra del Dragón. Su expresión hierática no demostraba ningún sentimiento, parecía estar ausente y perdida, pero esto no era del todo cierto, un cosquilleo la mantenía despierta, el que le producía el roce de la daga que llevaba atada a su pierna. No pensaba que sirviera de mucho, sólo era una secreta rebeldía y en último caso podría utilizarla contra ella misma.
La piedra se movió rechinando con el esfuerzo de muchos hombres. Se preparó, el tiempo se reducía. Se imaginó un enorme reloj de arena donde ésta caía cada vez más deprisa. La piedra había rodado lo suficiente, dejando un hueco por el que Visié cabía con holgura. Esta miró el pasadizo que estaba en completa oscuridad y parecía no tener fin. Le encendieron la vela que llevaba y entró. Detrás de ella comenzaron de nuevo a mover la piedra hasta que encajó perfectamente.
Con rapidez apagó la vela, se subió la túnica para que no le impidiese caminar y se colocó la daga en la cintura. Pegada a la pared, avanzó por el túnel sin ver absolutamente nada, tropezando algunas veces, pero esforzándose como nunca para no hacer ruido ni siquiera al respirar. Pensó que el Dragón podía llevar muerto cientos de años o no haber existido nunca. Eso tampoco significaba salvarse, moriría de hambre y sed si no encontraba otra salida. La suposición de que no había tal Dragón comenzaba a tomar cuerpo, llevaba mucho tiempo caminando y el pasillo no parecía acabar. Visié se relajó un poco, llegó a un recodo y al doblarlo tuvo un sobresalto, al final del nuevo tramo, divisó una luz rojiza que se movía como la de una hoguera. La estaban esperando, no había ninguna duda, algo o alguien estaba allí. Avanzó con muchas más precauciones y alcanzó el ensanche de la cueva, el pasadizo la conducía allí, no había detectado ninguna bifurcación por la que huir. Iba sin remedio directamente hacía la luz roja.
Llegó hasta el final con total sigilo y miró hacia la cueva desde las sombras llena de miedo y curiosidad, también llena de deseo de terminar, de encontrar una explicación. Miró y le vio, un par de segundos, después se aferró a la pared del pasadizo. En el centro del ensanche, una masa informe, escamosa, de color verde grisáceo, se hallaba tumbada al lado de una hoguera. Al respirar escapaba un humo blanco por encima, pero como esta vuelto hacia el otro lado, no podía verle la cabeza. De pronto oyó tres grandes golpes en el suelo. Una voz, imitando burlonamente la del hechicero, empezó a hablar.
-¡Visssié, hija de Azal, de la estirpe de Sssamal, acércate de una vez, quiero conocer a mi nueva esposssa!
¿El Dragón hablaba? Visié ni remotamente había pensado eso, se quedó tan aturdida como espantada.
-Te huelo. No estás lejos, ¡Vamos! Sal del pasadizo, me gustaría ver cómo eres. El hechicero ha aporreado todo el día la entrada pronunciando tu nombre.
Sin saber bien por qué lo hacía, Visié salió al ensanche y se acercó, rodeó la hoguera y se situó delante del Dragón aunque a una distancia respetable. La cabeza estaba en consonancia con el resto de su cuerpo, nadie podría haber ideado un objeto de repulsión más convincente, hasta los ojos que eran lo más vivo y joven en la masa de escamas tenían un brillo de inteligencia mezclada con burla que helaba la sangre. Cualquiera al lado del Dragón era insignificante pero Visié no percibió eso, reaccionó enfadándose, cambió todo el horror que sentía en ira. El monstruo había acabado con la vida de muchas jovencitas y era consciente de que lo hacía. Su ruindad llegaba hasta a bromear con las desdichadas, como había hecho con ella y sin poder evitarlo le insultó, le dijo todo lo que estaba pensando y cuando terminó se acercó y le escupió en la cabeza que seguía echada en el suelo.
El Dragón emitió un gorgoteo continuado y volutas blancas salían intermitentemente de su nariz. La cólera de Visié subió aún más, el monstruo se estaba riendo. Tomó la daga de la cintura y le dijo:
-Madito. Ríete cuanto quieras pero a mí no podrás devorarme, al menos viva. Guardé este arma para matarme si era preciso.
-¡Espera Visié! Puedes salvarte. Voy a proponerte un juego, un acertijo. Mira esta cueva, es muy grande ¿verdad? Esconde una trampa, si la descubres no te devoraré, te dejaré marchar por otro pasadizo y te indicaré como llegar a una salida oculta muy lejos de ésta, a varios días andando.
Visié bajó la daga.
-¿Por qué voy a creer eso?
-Es sencillo, tendrás que creerlo o no.
-¿Una trampa?
-Sí. Una trampa para hombres. Tendrás que ir con cuidado para no caer en ella.
-¿En cuánto tiempo debo encontrarla?
-Puedes tardar todo lo que quieras.
Visié miró a su alrededor, la pieza era bastante grande pero podría revisar cada resquicio en poco tiempo, tal vez un par de semanas. Se volvió.
-Pero me moriré de hambre.
-No. El hechicero de tu poblado arroja ofrendas de comida por un pozo y van a caer a un extremo de la cueva, en uno de los pasadizos hay un riachuelo subterráneo, tendrás comida y agua y yo tendré alguien con quien hablar.
Varios días después, Visié comenzó a desesperarse. No había visto nada que pareciera una trampa, nada en la cueva parecía haber sido modificado desde el principio del tiempo. Si la trampa estaba tan bien oculta que ella no consiguiera distinguirla, no podría salvarse. Tendría que ir con mucho más cuidado, y eso significaba más tiempo.
Había dejado de temer al Dragón, el hecho de estar con él día y noche lo había convertido en algo familiar, cotidiano, no le miraba, sólo seguía buscando, repasando las paredes, el suelo. En los breves descansos que se concedía a veces la ira podía dominarla, se acercaba a él y le insultaba.
-¡Maldito seas monstruo! ¿Por qué me diste una esperanza? Debiste haberme devorado como a las demás, este tiempo de espera es una tortura mucho mayor.
Iba a cumplirse un mes desde que Visié entro en la cueva. Progresivamente se había vuelto más y más silenciosa. Mientras ella se ocupaba de buscar, escuchaba al Dragón, éste le había contado en ese tiempo toda su vida, cómo había sido su niñez y su juventud, qué lugares había conocido, qué había hecho, y mucho después cómo quedó atrapado en la cueva, cómo a fuerza de bramar de rabia había sembrado el terror en los poblados cercanos, cómo había comenzado la historia de las doncellas. Se dio cuenta que los hombres, que poblaban ahora la superficie, le habían convertido en un dios, al principio le gustó la idea, le había hecho envanecerse. Pero conforme fue pasando el tiempo sólo le quedaba el aburrimiento y el hastío. No había nada más, eso y una doncella al año.
Visié se volvió y se acercó a él.
-Ahora tendrás que devorarme. Estoy segura que no hay ninguna trampa.
-Devorar, devorar, estoy harto de escucharte siempre eso. Voy a contarte la verdad. Sólo devoré a las primeras chicas y no me gusta vuestra carne. A las demás las dejé salir por la otra salida con el juramento de que nunca volverían a su poblado o me comería a sus hijos, las pobres debieron creerme.
Visié lo miraba confundida. No comprendía el juego, si es que era un juego haberla retenido allí tanto tiempo.
-Pero te equivocas en lo de la trampa. Existe y creo que has caído en ella. Esperaba tenerte aquí bastante tiempo para que te compadecieras de mí.
Visié recordó las conversaciones del Dragón, pensó en los largos años, en los siglos que llevaba allí encerrado, sin ver el sol, sin aire puro, completamente solo…
-Escucha Visié, te elegí por varias razones. Me siento infinitamente viejo, el hechicero decía que mi nueva esposa sería una de los guerreros, por lo tanto tendría más fuerza que las impúberes que me han traído otros años. Y además tendría carácter. Este tiempo que te he retenido ha sido por un motivo muy egoísta, intentaría lograr que me cobraras afecto. Después de tantos años, el pensamiento de no provocar sino horror entre los seres humanos me dolía cada vez más. Y ahora será difícil pero tú terminarás de una vez con esta agonía. Toma.
El Dragón levantó una de sus patas descubriendo una enorme espada con la empuñadura incrustada de varias piedras preciosas.
-Guardé esto del último guerrero que llegó aquí para acabar conmigo. Ya ni tengo recuerdos de aquel tiempo. Guardé la espada por el mismo motivo que tú tuviste para venir con una daga oculta…
-¡No!
-No quería que lo hiciera alguien por horror…
-¡No! No puedes pedirme eso.
-Tienes que ser tú y tiene que ser ya, estoy muy cansado. Piensa en mi soledad, en los años que se arrastran fuera de esta cueva oscura, es acto de compasión. Coloca la punta aquí, en mi garganta y entrará con facilidad. No sufras, no sentiré ningún dolor. Será igual que un fuego que se extingue, ahora es un buen momento para terminar.
Visié le miró y le acarició el hocico con ternura. No quería hacerlo pero le entendía, la trampa había funcionado…
Levantó la espada sintiendo que pesaba demasiado, la colocó donde él le había dicho y empujó. El Dragón emitió un leve suspiro.
-Cuando todo haya terminado, ve a la piedra y golpea hasta que te oigan, has acabado con la maldición y te convertirás en una gran heroína. Tu recuerdo, Visié estará junto al mío por el resto de los tiempos, eso me gusta. Yo sólo he sido un monstruo horrible, no debes sentir pena de mí. Pero… recuérdame… alguna vez…
Permaneció abrazada a él hasta que el calor desapareció de la piel escamosa. Después necesitó todo su esfuerzo para levantarse y caminar mientras arrastraba la larga espada por el suelo, y así desapareció por el pasadizo.
E.C. 1988