Mi
abogado me ha aconsejado que alegue “Locura Transitoria”. Si tengo una buena
actuación durante el juicio es posible que ni siquiera llegue a pisar la
cárcel, estilo americano: lágrimas, cara de desesperación, aparecer enajenado,
suplicar el perdón. Si lo hago bien, es posible que me internen en un centro de
mejora del coco, él dice que ha funcionado en casos parecidos al mío y que…
bien pensado, me dice, es como unas vacaciones largas en un balneario. Puede
ser cierto, calma, serenidad, al fin y al cabo es lo que he perseguido siempre…
el silencio.
Después
de ese tiempo largo, volver a la vida normal, como antes, es posible que pueda
olvidarlo por completo, el tiempo desfigura los hechos, quizás también para los
demás fuera un recuerdo difuminado y lejano. Yo podría seguir con mi vida como
si hubiera sido un mal sueño, un espejismo, una película de terror.
La
idea es excelente pero no es factible en ningún modo. Ahora mis facciones
denotan bienestar, paz interior, mis miembros están relajados, hasta mi caminar
y mi habla se han vuelto pausados y dulces. Todo me parece hermoso de nuevo, he
vuelto a mirar a los niños con ternura.
El
juez no me escucharía ni cinco minutos, imposible fingir ese estado de
perturbación, de pena… la versión de mi abogado no aguantaría, ¿mostrarme
arrepentido, deshecho? No tengo la más mínima oportunidad, cuando el juez me
pregunte, que lo hará, acerca de mis sentimientos hacia los hechos, sé que mi
cara no podrá contenerse y romperé a reír hasta que me duelan los costados, y
cuando mi cuerpo deje de doblarse por los espasmos de la risa y sea capaz de
pronunciar algunas palabras, creo que lo único que alcanzaría a decir entre las
carcajadas sería algo así:
-Con
la venia, Señoría, ¿Qué siento acerca de lo que pasó? ¿Cuál es mi percepción de
lo sucedido? Pues… francamente… perdone que no pueda parar de reír… nunca me
había sentido tan bien, mi vida cobró sentido el día que asesiné a esa familia
del piso de al lado que hacía tanto ruido.
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