Como decía Billy Kwan en El Año que Vivimos Peligrosamente: "El hambre es un poderoso afrodisíaco"
-¿Me llevarás contigo papi? Por favor, me portaré muy bien contigo, todos los días. Te daré cariñito del rico papi, anda di que sí.
-¿Qué…?
El hombre
se removió en la cama, la sábana acabó por deslizarse hasta el suelo después de
haber estado en equilibrio durante un buen rato. El hombre la miró con los ojos
enrojecidos, cabeceó.
-¿Esta es
tu casa?
-Sí.
-¿Aquí
vinimos ayer? ¿Dónde está Carlos? El… el amigo que venía conmigo. La cabeza me
va a explotar, ¿Tienes una aspirina?
-No, pero
te voy a la farmacia de los dólares, yo me voy a portar muy bien contigo, dame
algo y vuelvo corriendo.
-Déjalo
¿Hay un baño aquí?
La chica
señaló con el dedo una puerta y el hombre se fue hacia allá. Un poco oscilando
al andar y tapándose a medias los ojos con una mano. La chica lo oyó vomitar un
buen rato. Después sonó el agua del lavabo, una y otra vez, se estaba echando
agua a conciencia. La chica esperó todo el tiempo sentada en la cama. La
habitación estaba pintada de azul, desvaído después de muchos años sin dar una
nueva mano de pintura, y con grandes manchas grotescas de humedad. La cara de
ella tenía una expresión expectante aunque no demasiado. El salió por fin y la
miró, ella se acercó.
-Dime
papito, ¿Te voy a la farmacia de los dólares?¿Te duele la cabeza de los
mojitos? Tú no estás acostumbrado a tomar, ¿A que no?
-No, no
mucho. Déjalo, no vayas. Me voy ahora mismo al hotel. Carlos… espero que Carlos
haya sido discreto, me he perdido el comienzo de la convención. Tengo que irme.
-Nos
vemos esta noche, mamita no te va a dejar beber tanto, para que papito no se
ponga enfermo por la mañana.
-No. Hoy…
va a ser imposible. Tenemos cena en la convención.
-Después
de la cena, voy a buscarte al hotel.
-No, no
puedo irme, tenemos que estar allí, hay una fiesta, todo muy aburrido pero no
puedo irme.
-Bueno
papito, te esperaré, cuando acabe la fiesta, te llevaré a pasear, a sentir el
fresco de la playa.
-De
verdad, no, no puede ser. Yo te llamaré, déjame un teléfono.
El hombre
miraba a la chica. Era una mulata bastante guapa, un poco bajita.
-¿Qué
edad tienes?
-Dieciocho.
Empezó a
vestirse, y de pronto comenzó a buscar desesperadamente en la cama, en la
mesilla, debajo de la cama.
-¿Qué se
te ha perdido papito?
-¿Dónde
está el maldito condón?
-¿Condón?
Anoche no querías ponértelo, te lo pregunté pero tu no querías.
-¿Qué?¡No!¡Eso
no es posible! No puede ser. ¡Mierda! –se giró hacia la pared y le pegó un puñetazo
–No es posible ¡Maldita sea!¡Maldita sea!
Siguió
vistiéndose a toda prisa.
-Papito,
no tengas miedo, yo soy una chica limpia, sólo he ido contigo. Tú sólo debes
andar conmigo, yo no te voy a engañar. Anda, vamos a quedar esta noche, después
de la fiesta. Venga, yo te voy a dar cariño rico, tú no te enfades conmigo, yo
sólo quiero que tú te lo pases bien.
El seguía
tambaleándose un poco y el rostro no había recuperado en absoluto el color
rosado.
-Te busco
esta noche. Mira, yo te estaré esperando fuera del hotel, y cuando acabe la
fiesta te vienes conmigo, yo estaré allí, no te importe si es tarde, yo te
estaré esperando.
-No, ya
te he dicho que no puede ser, no voy a poder irme.
-Bueno,
no importa, te esperaré. Si no sales, te esperaré mañana.
Cerró los
ojos para contener otra arcada que ya le subía por el estómago. Cinco segundos
más tarde, cuando se había aplacado, se puso en marcha, comprobó la cartera en
el bolsillo, la corbata derecha, se peinó con la mano salió rápido.
-Adiós.
Llegó al
hotel y miró dentro de la cartera, no se le había ocurrido antes. Carlos lo
divisó cuando salía de los lavabos.
-¡Grandísimo
golfo! Qué noche has tenido que pasar para tener esa cara.
-¿Qué les
has dicho?
-¿Qué les
iba a decir? Que la cena te había sentado como un tiro y que habías estado toda
la noche vomitando. Y realmente parece que sea eso lo que te ha pasado.
-Me
siento bastante mal. Voy a ducharme y a acostarme un par de horas. Luego
bajaré. Carlos, yo… no sé… estaba borracho… yo nunca…
-Pero
bueno ¿Es que te estás justificando? ¿A qué crees que hemos venido aquí? A los
jefazos les gustan las mulatitas, esta vez nos han dejado a los vendedores
probar un poco. Todo el mundo va a hacer los mismo, la única diferencia es que
tú, cabrón, te has adelantado. Y eso que parece que nunca has roto un plato.
Venga, descansa, nos vemos luego.
-Pero es
que es una cría. No puedo dejar de pensar en eso, sólo es una niña, me ha dicho
que tiene dieciocho.
-¿Dieciocho?
Pablito, esa cría no ha cumplido los quince. Era un bombonazo. Parece mentira,
asco me das de la suerte que tienes.
Pablo se quedó
mudo, las arcadas subían de nuevo.
Entró
despacio en el ascensor, no había nadie más esperando para subir. Se miró en el
espejo y desvió la mirada, abrió de nuevo la cartera.
-Ni
siquiera me ha quitado dinero.
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