22.
Lalaith lo recibió en su cuarto. En una de las habitaciones interiores tenía su estudio, una amplia pieza en parte parecida a una peluquería. Tenía un sillón giratorio y un gran espejo delante, detrás largas filas de estanterías llenas de innumerables botecitos, cajas y otros objetos de lo más variado, cerradas con grandes puertas de cristales deslizantes. En un lado tenía una pantalla de ordenador bastante grande. Se acercó y escribió en el teclado algunos datos. Orlando vio como aparecían su foto y la de David Hellberg, después de un momento, la foto de Orlando empezó a transformarse con distintos leves toques hasta aproximarse de manera asombrosa a la otra.
-¿Has visto? Es sencillo, sólo se trata de hacer eso –le sonrió.- Lo primero debería ser el pelo. He recibido numerosas peticiones de mechones tuyos, supongo que no te importará, creo que las chicas no van a hacer vudú. Bueno… quizás Chantarel sí… -rió.
-No hay ningún problema. Pero Lalaith, las fotos, tú querías hacerme fotos, siento haberme olvidado, estos días han ocurrido tantas cosas.
-No te preocupes. Aún… estamos a tiempo, tu transformación puede esperar un poco si te apetece posar ahora.
-Tú mandas, por mí de acuerdo.
Lalaith fue a buscar su Nikon, comprobó la batería y estuvo haciendo algunos ajustes en los controles y limpiando el objetivo.
-¿Quieres que me cambie de ropa?...
-No.
-¿Vas a hacerlas aquí? ¿Qué habías pensado?
-Vamos a ir improvisando así que ya te iré diciendo. Ahora siéntate en el sillón de maquillar y voy a hacerte la primera aquí, en mis dominios.
Le hizo algunas fotos en su cuarto y luego fueron al cuarto de Orlando, le pidió acercarse al ventanal de perfil para recibir la luz, lo acercó y lo separó varias veces. Orlando le preguntaba por la postura o por sus expresiones. En un momento dado Lalaith tuvo claro qué quería.
-No intentes poner gestos, quiero que sean cambios casi imperceptibles, son sólo para mí, no van a salir en ninguna revista, sólo van a ser importantes para mí. –le sonrió con ternura-. Se me ha ocurrido una cosa, quiero que mires al ventanal y vayas pensando en las chicas, una detrás de otra. Te nombraré a una y quiero que recuerdes su cara, su voz… y momentos, cosas… quiero que estés pensando en ellas e intentes olvidarte de la cámara.
Lalaith apuntó en un papel al azar los nombres de las diez ángeles que Orlando había conocido, les puso un número al lado y después fue apuntando al lado el número de las fotos en las que Orlando estaba pensando en aquella en concreto.
A él le gustó la idea y obedeció fielmente. Por su mente fueron pasando las chicas, una tras otra. Siguiendo las indicaciones de Lalaith se dejó impregnar de los recuerdos, de las palabras, de las sonrisas de ellas. Intentó con cada una recordar secuencialmente, cual había sido la primera vez que las había visto, cómo había ido cambiando su impresión sobre ellas, los momentos más especiales que había vivido con cada una...
Green parecía ser capaz de todo, aunque la palabra que le gustaba para identificarla sería la serenidad, era un mar sereno y acogedor, aunque, sonrió, también le gustaban sus tempestades.
Amelie era la ternura, la dulzura, pensar en ella y venirle a la boca el sabor de la nata era una misma cosa, ya le había pasado la primera vez que estuvieron a solas, cuando ella le enseñó el castillo. Se estremeció al recordar la primera vez que había pasado la lengua por su piel tan blanca, aquel momento, ese instante en que había cerrado los ojos quedó impreso con la habilidad de Lalaith en una preciosa imagen.
Orlando pensó en Nibbi, se sintió malo, arrugó la nariz, mientras se agitaban dentro él pensamientos tumultuosos, ella le había descubierto una parte que no conocía de su personalidad. La erótica del poder… sí debía ser eso. Lalaith lo grabó mientras fijaba la vista en el cristal y se abrían las aletas de la nariz.
Orlando llegó a Romy, abrió los ojos, recordó la sorpresa que había tenido, cómo le había excitado imaginarla escribiendo. La historia de Romy le había trastornado, el encuentro con ella había sido… arrugó ligeramente el entrecejo y respiró hondo.
Cawty. Deseaba explorar las tinieblas de Cawty, le gustaban sus ropas tenebrosas, sonrió, se imaginó sujetándola por los brazos y lamiendo su ángel, un ángel de las tinieblas con un ángel de la luz en la espalda… imaginársela así le estaba empezando a remover las entrañas.
Lila era toda una incógnita, tenía que hablar con ella, buscar un momento y descubrir qué ocultaba. Seguro que ocultaba algo, todas tenían vidas pasadas… experiencias… quería saber cuanto pudiera y ella era la que menos le había hablado hasta ahora. Lila era el misterio.
Hesperia era la risa. Risas y lujuria enlazadas, la recordó haciendo el amor riendo. Pensó en ella removiéndose encima de él, mientras el pelo largo y oscuro caía y bajaba de sus hombros, a veces tapándole la cara, se recordó apartándole el pelo y mirando aquel rostro que no podía disimular el placer. Estrechó los ojos creyendo oírla gritar.
Chantarel, las facciones de Orlando se distendieron y la risa fluyó alegremente mientras recordaba cuando ella se había arrodillado delante de él, había sido un momento tan divertido. Chantarel también guardaba lagunas que él quería descubrir. Suspiró, le faltaría tiempo… no. Quizá no.
Lunkel, la nanotecnóloga, ¿qué estaría diseñando ahora? ¿Por qué no le habría hablado de su invento? Ese que había ido a recoger, frunció el entrecejo. Le molestaba un poco que no se lo hubiera contado. La curiosidad se alimenta de misterios, quizás en un momento más privado, aceptara decirle algo más. ¿Se había vuelto él más curioso desde que estaba allí?...
Lalaith se quedó a propósito apuntada la última. Al pronunciar su nombre Orlando había vuelto del trance mental y sus ojos la habían buscado, tras hacerle un par de fotos de ese momento, ella levantó la vista del objetivo y había sostenido su mirada, no era exactamente una pregunta, Lalaith quiso ver que Orlando la miraba con confianza en expectativas futuras. El futuro podía estar muy cerca, volvió a la cámara y le fotografió unas cuantas veces más mientras se acercaba.

