4/16/2023

                             Edipo y Antígona

                                                                                     A Luis Palma, autor de los versos





                    “… y esta esperanza muda, tan tardía

                    que me sostiene anclado y luminoso.

                    

                    Tarde de primavera, asesinato dulce

                    pasión determinada por ajados colores

                    Cobarde asumo la suavidad constante

                    vencida por la furia del cielo,

                    amenazante, provocadora de mi ceguera inútil.”



El camino que dejaban atrás lo recordaba como una larga tira de seda, de color indefinido. En el instante en que su pie abandonaba la tierra, un nuevo trozo se sumaba a la interminable cinta junto a algunas palabras pronunciadas por su padre Edipo. En su memoria la tierra y las frases se entretejían, convirtiéndose en el único pasado que existiría ahora. Sólo la cinta de polvo y piedras se asemejaba a la seda que había mantenido a su madre Yocasta suspendida hasta morir, pero esa era ya una añoranza leve y se desfiguraría al seguir andando y escuchando. El dolor de sus pies contribuía a que la cinta de seda fuera un recuerdo duro, como lo que recitaba el rapsoda.


            “Requiero entonces un dolor que me invada

            amplio y potente, como este oscuro olvido”


A partir de aquel día, sólo podría recordar palabras, por amor a su padre cualquier otro recuerdo había sido desterrado, incluso de todo lo escuchado a su padre no había forjado ninguna imagen , tenía pánico a las imágenes, a que pudieran retrotraer otras imágenes que la habían desgarrado. Edipo se había sacado los ojos para que no vieran más después de aquel día, ella había arrancado el ojo de su mente. Pero ya todo ese miedo quedaba atrás, conforme la larga tira crecía y se retorcería allí atrás, donde nunca podrían volver.

El refugio de su padre era hablar, casi sin detenerse contaba a Antígona episodios muy lejanos su vida. No estaba segura si todos habían pasado o se forjaban en aquellos momentos, o si tenían parte de verdad y parte de ensueños, pero Antígona por amor a Edipo, lo creería todo, como un inmenso mar recogería el dulce caudal, día tras día hasta el fin.

La túnica de lino, que apenas dejaba ver las sandalias, se frotaba al caminar, produciendo una música sagrada, un perfecto acompañamiento a las parábolas.

Infinitas tardes se sucedían, siempre el brazo paterno apoyado en el filial hombro, siempre el frufrú de la túnica en las palabras.

En una de aquellas tardes vio Antígona un punto que se acercaba por el camino. La figura del anciano fue reconocida por ella y le habló a Edipo, interrumpiéndolo.

-Padre, está aquí el adivino Tiresias.

Llamó al adivino y este se detuvo.

-Soy yo, Antígona. Ya sabes, Tiresias, que mi padre Edipo, como tú, también está ciego. Yo le sirvo de lazarillo por estos caminos. Vamos sin rumbo, pero algún día sabremos que hemos llegado a nuestro destino.


Tiresias habló con voz solemne y grave.

-Vosotros no sois el rey de Tebas y su hija

-¿Por qué dices que no somos Antígona y Edipo? Tú me revelaste la maldición que ha caído sobre mi familia y la ciudad. Tú sabes de mi desgracia.

-Tú no eres Edipo, él murió en Éfeso, yo escuché sus últimas palabras. Ni ella es Antígona, también murió. Fue sepultada viva en una cripta por Creonte, tu cuñado, por desobedecer la orden de no enterrar a su hermano Polinices, y, como su madre Yocasta, se ahorcó antes que su prometido Hemón pudiera rescatarla. Al verla, él se quitó la vida igualmente. ¿Quiénes sois que no habéis oído el final horrendo de esta familia? ¡Abre los ojos impostor de Edipo, tú no eres ciego!

El hombre obedeció y contempló al anciano y después a la muchacha. Tiresias comenzó a caminar de nuevo.

-¡No te vayas adivino! ¡Di quienes somos!

-Eso no lo sé. No os conozco.

Tiresias volvió a ser un punto en la lejanía, hasta desaparecer. Y aún no habían reaccionado. El hombre le habló a la muchacha.

Quizá este es el destino que esperábamos o puede que el adivino se equivoque y seamos realmente quienes creíamos. Y puede que nunca lo sepamos, pero me gustaría seguir paseando mientras te cuento. ¿Quieres?

Ella, sonriendo, le dijo que sí con la cabeza.

-Creo que hace muchos años yo escribía poemas.


E.C. 1987


                        "Fue una enorme distancia la que me unió a tu risa,

                          Oída desde lejos, próxima a la locura..."  


“Tierna de espanto, transida de ventura

gloriosa imagen, frugal y necesaria.

Cruel, melancólica ciudad de mi desdicha,

cárcel de aromas tóxicos y vagos.

Dame la suave brisa de la tarde,

la triste música, pasajera y distante

con la que colmar mi sucia desventura.”


“Ciego del vértigo feliz, preso de todo 

este mundo fugaz que me circunda.

tomo en mi mano el néctar melancólico,

desde mi marchita soledad necesaria.

Todo es un lento bullir de mi cerebro,

suave camino, tortuoso y fantástico,

inútil, necesario camino de aventuras…”



4/05/2023

 


    

                             -Lila                                   (Orlando fragmento)


Lila le recibió en su parte del castillo para hacerle el reconocimiento. Tenía una zona muy parecida a una consulta de hospital con bastantes aparatos, algunos que no conocía. Se sentó para que le sacara sangre y le tomó la tensión. Después le hizo tumbarse en una camilla para ponerle unos sensores y hacerle un electrocardiograma, le preguntó si le parecía necesario.

-No está de más.

Después le miró las pupilas, los oídos, los reflejos que le molestaron un poco por la intensidad de sus ultimas clases de artes marciales. Comprobó la espalda y la columna y le vio algunos moratones, sonrió girando la cabeza a ambos lados. 

-Te han dado fuerte estas dos.

-Pues sí, ahora que me tocas por ahí me estoy dando cuenta de que duelen bastante… y debe haber varios.

-Te daré una crema para los golpes, póntela cada doce horas unos cuantos dias.

Fue hacia un armario y sacó una cajita con la pomada, la dejó sobre la mesa.

-Ya hemos terminado. Los resultados de los análisis los tendré mañana y según las demás pruebas gozas de una excelente salud.

-Lila hoy no me regalarás uno de tus maravillosos masajes?

Lila sonrió, hacía tiempo que no se lo pedía y además con las pruebas del duro entrenamiento que había visto, no pudo resistirse.

-¿Te gustaría uno diferente? No te tocaré la espalda ni las piernas, te descargaré un poco los hombros y te haré uno de reflexología.

-Eso es en el pies, ¿no?

-Efectivamente. Esa es la zona principal que se utiliza, aunque también hay estudios que sitúan puntos reflejos en el cuero cabelludo, las orejas, las manos etc. ¿Has visto la película La Linterna Roja de Zhang Yimou? -Orlando asintió- Yo la descubrí hace años en una semana de cine chino en mi ciudad y me encantó. Casi más porque yo me sentía como aquellas pobres mujeres encerradas y aisladas, teniendo que agradar a su amo y señor cada día, y compitiendo además entre ellas, casi de forma salvaje. En muchos sentidos vivir en un lugar pequeño es muy parecido.

Pues la escena del masaje de los pies, con los martillitos, creo que es lo único que hay relajante en la película -rió- me gustaba mucho y me producía placer sólo de pensar que me lo hicieran a mí. Mientras estudiaba Medicina intenté apuntarme a todos los seminarios y charlas de de medicina oriental que programaban y después, sobre todo en Nepal, estudié con algunos especialistas de reflexología y la utilizo bastante. Hoy te toca masaje de La Linterna Roja.

Orlando se sentó en la camilla entusiasmado. Recordaba esa escena y a él le había producido la misma sensación y deseo, aunque nunca lo había probado. Ella le hizo tumbarse de espalda para masajearle los hombros y un poco la zona lumbar, como le había dicho. Después le hizo cambiarse a un sillón. Este era articulado y con un mando le reclinó un poco la espalda y le subió las piernas hasta dejarlas casi a la altura de las caderas. Solamente en esa postura tal como estaba hecho, con las zonas duras y blandas repartidas con gran acierto ya se sintió relajado y cómodo. Respiró varias veces llenando el pecho.

-Empezamos con pranayama. Muy bien. ¿Haces yoga?

-No. -Le contestó el actor- Esto es sólo respiración de profunda felicidad, gracias a ti. Nunca he tenido mucho tiempo ni capacidad de relajarme.

-Pues eso va a cambiar. Pero no mezclemos todo, simplemente respira como quieras, respiración natural o profunda, y cierra los ojos.

Aunque en algún momento molestó algo más de lo razonable, consiguió entregarse al masaje y disfrutarlo como los demás. Sintió que por momentos se le iba la cabeza pero había golpes que le traían de vuelta, notando perfectamente los puntos más sensibles de las plantas de sus pies. Lila terminó con el martillito de madera y siguió con las manos, estirando los músculos y presionando con el pulgar los mismos puntos anteriores, Orlando disfrutó casi más esta parte, aunque como un buen picante, el martillo le había dejado con ganas de mas.

Orlando se incorporó y se acercó para darle un beso en la sien, pero siguió bajando hasta encontrarse con su labios que lo acogieron de buen grado. 

-Nosotros aún no…

-Pues no, pero habrá que ponerle remedio -rió Lila entre los besos.- aunque sea después de haberte relajado tanto. 

-No me importa.