Edipo y Antígona
A Luis Palma, autor de los versos
“… y esta esperanza muda, tan tardía
que me sostiene anclado y luminoso.
…
Tarde de primavera, asesinato dulce
pasión determinada por ajados colores
Cobarde asumo la suavidad constante
vencida por la furia del cielo,
amenazante, provocadora de mi ceguera inútil.”
El camino que dejaban atrás lo recordaba como una larga tira de seda, de color indefinido. En el instante en que su pie abandonaba la tierra, un nuevo trozo se sumaba a la interminable cinta junto a algunas palabras pronunciadas por su padre Edipo. En su memoria la tierra y las frases se entretejían, convirtiéndose en el único pasado que existiría ahora. Sólo la cinta de polvo y piedras se asemejaba a la seda que había mantenido a su madre Yocasta suspendida hasta morir, pero esa era ya una añoranza leve y se desfiguraría al seguir andando y escuchando. El dolor de sus pies contribuía a que la cinta de seda fuera un recuerdo duro, como lo que recitaba el rapsoda.
“Requiero entonces un dolor que me invada
amplio y potente, como este oscuro olvido”
A partir de aquel día, sólo podría recordar palabras, por amor a su padre cualquier otro recuerdo había sido desterrado, incluso de todo lo escuchado a su padre no había forjado ninguna imagen , tenía pánico a las imágenes, a que pudieran retrotraer otras imágenes que la habían desgarrado. Edipo se había sacado los ojos para que no vieran más después de aquel día, ella había arrancado el ojo de su mente. Pero ya todo ese miedo quedaba atrás, conforme la larga tira crecía y se retorcería allí atrás, donde nunca podrían volver.
El refugio de su padre era hablar, casi sin detenerse contaba a Antígona episodios muy lejanos su vida. No estaba segura si todos habían pasado o se forjaban en aquellos momentos, o si tenían parte de verdad y parte de ensueños, pero Antígona por amor a Edipo, lo creería todo, como un inmenso mar recogería el dulce caudal, día tras día hasta el fin.
La túnica de lino, que apenas dejaba ver las sandalias, se frotaba al caminar, produciendo una música sagrada, un perfecto acompañamiento a las parábolas.
Infinitas tardes se sucedían, siempre el brazo paterno apoyado en el filial hombro, siempre el frufrú de la túnica en las palabras.
En una de aquellas tardes vio Antígona un punto que se acercaba por el camino. La figura del anciano fue reconocida por ella y le habló a Edipo, interrumpiéndolo.
-Padre, está aquí el adivino Tiresias.
Llamó al adivino y este se detuvo.
-Soy yo, Antígona. Ya sabes, Tiresias, que mi padre Edipo, como tú, también está ciego. Yo le sirvo de lazarillo por estos caminos. Vamos sin rumbo, pero algún día sabremos que hemos llegado a nuestro destino.
Tiresias habló con voz solemne y grave.
-Vosotros no sois el rey de Tebas y su hija
-¿Por qué dices que no somos Antígona y Edipo? Tú me revelaste la maldición que ha caído sobre mi familia y la ciudad. Tú sabes de mi desgracia.
-Tú no eres Edipo, él murió en Éfeso, yo escuché sus últimas palabras. Ni ella es Antígona, también murió. Fue sepultada viva en una cripta por Creonte, tu cuñado, por desobedecer la orden de no enterrar a su hermano Polinices, y, como su madre Yocasta, se ahorcó antes que su prometido Hemón pudiera rescatarla. Al verla, él se quitó la vida igualmente. ¿Quiénes sois que no habéis oído el final horrendo de esta familia? ¡Abre los ojos impostor de Edipo, tú no eres ciego!
El hombre obedeció y contempló al anciano y después a la muchacha. Tiresias comenzó a caminar de nuevo.
-¡No te vayas adivino! ¡Di quienes somos!
-Eso no lo sé. No os conozco.
Tiresias volvió a ser un punto en la lejanía, hasta desaparecer. Y aún no habían reaccionado. El hombre le habló a la muchacha.
Quizá este es el destino que esperábamos o puede que el adivino se equivoque y seamos realmente quienes creíamos. Y puede que nunca lo sepamos, pero me gustaría seguir paseando mientras te cuento. ¿Quieres?
Ella, sonriendo, le dijo que sí con la cabeza.
-Creo que hace muchos años yo escribía poemas.
E.C. 1987
"Fue una enorme distancia la que me unió a tu risa,
Oída desde lejos, próxima a la locura..."
“Tierna de espanto, transida de ventura
gloriosa imagen, frugal y necesaria.
Cruel, melancólica ciudad de mi desdicha,
cárcel de aromas tóxicos y vagos.
Dame la suave brisa de la tarde,
la triste música, pasajera y distante
con la que colmar mi sucia desventura.”
“Ciego del vértigo feliz, preso de todo
este mundo fugaz que me circunda.
tomo en mi mano el néctar melancólico,
desde mi marchita soledad necesaria.
Todo es un lento bullir de mi cerebro,
suave camino, tortuoso y fantástico,
inútil, necesario camino de aventuras…”