26. CAWTY (Orlando fragmento)
Aquella mañana, mientras Nibbi le recordaba trabajando en el laboratorio, Cawty se encargaba en solitario del entrenamiento. Ya reconocía claramente los estilos de sus dos profesoras, aunque diferentes, igualmente letales. Cawty era más dura, no le hacía concesiones de ningún tipo, cualquier pérdida de concentración era rápida y dolorosamente castigada, y sin embargo, ese día, era ella quien parecía absorta entre golpe y golpe, como si su cabeza estuviera a muchos kilómetros del tatami y no por ello perdía concentración ni precisión. Una patada a mitad del muslo le hizo doblarse y caer de rodillas. Levantó la mano. Cawty se acercó y le palpó el muslo masajeándolo sin ninguna caridad.
-¿Te he hecho daño?
Se le escapó un gemido.
-Ahora más, aún. –a medias ahogó otro quejido- ¿Tú no fuiste a la clase de los masajes relajantes?
-Te dejará de doler. –Le dobló la pierna estirándole al máximo el músculo encima de la rodilla, despacio, repitió el movimiento dos o tres veces, al mismo tiempo que le friccionaba con las manos muy calientes. Como magia, el músculo se relajó y el dolor se hizo muy tenue. El rostro de Orlando cambió el gesto de dolor y la miró con agradecimiento. Cawty se había levantado y miraba a un punto al final del gimnasio, había vuelto a marcharse, pensó él.
-Hay una oscuridad sobre ti.
Tardó un poco pero cuando reaccionó lo hizo bruscamente.
-¿Cómo has dicho?
-Que hay como una oscuridad, una sombra sobre ti. ¿Por qué esa oscuridad pesa sobre ti?
Cawty se le quedó mirando con sorpresa, separó los labios pero no consiguió hablar. Orlando siguió.
-Muchas veces tu expresión, tu mirada me recuerda el poema de “La Dama de Shallot”, a una de mis profesoras de primaria le encantaba. –esperó un poco y pronunció declamando sin teatralidad, con voz baja y profunda el verso que quería- “La condenación ha caído sobre mí –exclamó la dama de Shallot.”
Cawty permaneció aún unos segundos mirándole estática.
-¿Cómo se llama el poema?
-“La dama de Shallot” de Tennyson, sucede en Camelot, habla de maldiciones, de castigos…
-No lo conozco…“La condenación ha caído sobre mí” –suspiró- es… una buena frase, acertada. Hice algo malo.
Orlando esperó mirándola.
-Traicioné… a mis amigos, los que me habían ayudado en Japón. Me habían aceptado en su grupo, me… acogieron… y les vendí.
Orlando
esperó un poco
-No puedo creer que no hubiera alguna razón…
Cawty le miró, su gesto se dulcificó algo agradeciendo su confianza.
-Cuando se me acabaron las becas, tuve que buscar trabajo y los lugares que más había frecuentado eran los gimnasios, me contrataron como recepcionista en uno de ellos. Al principio sólo era una empleada, me trataban como una extraña aunque yo estaba agradecida y contenta. Los dueños eran el grupo de profesores, tenían una especie de cooperativa… les admiraba como a dioses, el nivel que tenían en sus disciplinas era espectacular. Creo que esa fascinación que yo sentía al verles entrenar, algo que nunca había disimulado, me hizo ganar su confianza y para ellos fue el comienzo del fin… “El halago debilita” –esbozó una mueca de sonrisa- ya sabes. Después del trabajo, cuando se iban los clientes entrenábamos nosotros… me enseñaron, aprendí tanto…tan rápido, me sentía tan orgullosa, yo había despertado su admiración también, me consideraban una alumna excepcional y al cabo del tiempo no mediaba ya mucha diferencia entre mis profesores y yo, entonces se decidieron a contarme un secreto y a admitirme. Su negocio más lucrativo no era aquel… eran yakuzas.
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-Me gustaría enseñarte algo que traje de Japón, Es un objeto único, muy antiguo. Y… me… encantaría que lo vieras ahora.
25. Cawty
Esperó los minutos que le habían solicitado y en el momento convenido llamó a la puerta, escuchó la voz de ella invitándole a entrar. No conocía el sancta sanctorum de Cawty y no esperaba sorprenderse demasiado, estaba seguro del estilo que habría elegido. Para lo que no estaba preparado era para aquel exceso. Sus ojos se abrieron intentando asimilar todo lo que veía, las paredes estaban cubiertas de objetos, de cuadros, muchas armas, no sólo varios armazones que sujetaban cinco o seis katanas cada uno, también tenía ballestas, arcos… de igual forma, muchas figuras repartidas por los muebles. Eran antiguos, es posible que fueran de la misma época, no conocía tanto de su cultura como para estar seguro, creía que los samuráis eran medievales, era posible que todos fueran objetos usados por ellos...
La cama y casi todos los muebles estaban lacados en negro con diminutos dibujos nacarados muy dispersos, divisó también un par de biombos y vio que hasta las puertas interiores eran igualmente lacadas y negras. Su mirada recorrió con gusto en derredor cuanto había atesorado su amiga y terminó esta vez sí realmente sorprendido mirando cómo había aparecido delante suya una muñeca viva. Una geisha.
Tan sólo la viveza verde de sus pupilas era reconocible, tenía la cara cubierta de una pátina blanca y mate en la que resaltaban el khol que había extendido sobre y bajo los ojos con líneas gruesas, y la boca, que sin embargo, se había reducido a una apetecible guinda de color carmesí. Sobre el pelo negro y muy corto de Cawty se mantenía, supuso, en difícil equilibrio, una diadema dorada con multitud de cadenitas con adornos de pequeñas florecillas que tintineaban al moverse y enmarcaban su cara.
Llevaba puesto un kimono negro, de una tela muy brillante y algo gruesa pero que se amoldaba perfectamente y delineaba su figura, por cuya superficie refulgían por instantes brillos dorados como fuegos fatuos. Era corto, parecido a los que usaban para entrenar aunque sin pantalones, sencillo, simplemente cruzado por delante y sujeto por un cinturón, y a la vez su vista impactaba, como si uno comprendiera que estaba delante de algo insólito, algo realmente curioso y antiguo.
Al terminar la prenda aparecían las piernas largas y pálidas de Cawty, las admiraba por primera vez, descubrió que, enroscada encima de su tobillo izquierdo, subía girando una serpiente, la cabeza estaba dibujada atacando, parecía tener los colmillos clavados en la pantorrilla.
-Ese tatuaje es un símbolo yakuza… quiere decir que ante una falta cometida, nadie espere compasión de mí…
Orlando la observó con atención y subió la vista de nuevo.
-Una yakuza convertida en geisha. Debe ser toda una paradoja –le sonrió- ¿Es el kimono verdad?¿Es lo que querías enseñarme?
-Tócalo.
Con reverencia llevó los dedos de la mano derecha al hombro y los dejó deslizar un poco a lo largo de la manga. El tacto de la prenda era de una suavidad y fresco imposible, las líneas bordadas sobresalían levemente de la superficie pero aún era su tacto más fino y suave si eso era posible.
-Los bordados están hechos de hilos de oro, es… inexplicable… es…
La mano derecha de Orlando cubrió uno de los senos, casi entero dentro de su palma ahuecada lo oprimió notando como se resistía.
-Casi parece un sacrilegio tocarte. –Cawty sonrió, él la imitó- Pero… me declaro sacrílego… -la rodeó con el brazo izquierdo mientras la mano derecha seguía acariciando y apretando alternativamente el seno, la guinda se abrió exhalando el aire, justo antes de que fuera engullida.
Cawty sintió con gusto la falta de aire, distinto método de “El Imperio de los Sentidos” pero eficaz para sentirse mareada, quería perder un poco la conciencia y sentirse flotar. Había sido una buena idea vestir el kimono, ¿qué mejor ocasión que aquella para estrenarlo?...