10/23/2023

                                        Querido amigo Fernando
                   

                                                         (Imitando a Julio Cortázar, curso de escritura)




Mi muy inestimable e inapreciable amigo Fernando:
    
    Me decido por fin a escribirle estas letras porque se ha convertido, en estas semanas, en una sensación insoportable el hecho de que usted me considere un desagradecido y un orgulloso.
    Y realmente me debería haber puesto en contacto con usted, una vez que recibí su encantadora invistación para pasar el verano en la finca de la que me hablaba, con su casita recién acondicionada. Fue ya como si empezara a respirar el aire fresco, y tanto me entusiasmó la idea, que decidí en ese momento ir preparando las cosas que me iba a llevar. Pensaba con grato placer en las charlas y los paseos, en el anochecer silencioso y en lo que podría allí concentrarme en el trabajo que usted sabe, en el que estoy inmerso en este momento. En verdad ya degustaba la paz y la tranquilidad de todo ese tiempo que su amabilidad me brindaba.

    Hice un pequeño inventario de las cosas que necesitaría para el período estival, y aprecié que serían necesarias unas compras previas a la partida. Sin más dilación, aquella misma semana me encaminé hacia el centro de la ciudad. En aquellos días, había olvidado, una extraña fiebre se apodera de la población de esta urbe, que, movida por mensajes inexactos, se lanza a las calles buscando objetos deseados y pensando que engañan a fabricantes, intermediarios y dependientes, pagando un precio inferior y hasta ridículo por aquellos objetos. ¡Ah! ¡Cómo pensaba en la paz de la casita entre aquella muchedumbre ruidosa! Así que las compras resultaron más largas y dificultosas de lo normal. Tuve que recorrérmelas calles una vez y otra para encontrar unos pantalones cortos o unas sandalias, incluso, me avergüenza decírselo, tuve que empujar a una señora cuando las vi en un estante, y ya ella se disponía a robármelas, como me había pasado contras dos ocasiones con otras tantas señoras.

    No sé si se debió a lo que anduve aquella tarde de pesadilla, si fue el calor, que de pronto, apareció como siguieran destapado una enorme olla a presión en el cielo, si los zapatos que llevaba no eran los adecuados, pues no eran ciertamente para maratones, o fueron los pisotones… o qué… lo cierto es que al llegar a casa noté un insistente dolorcillo agazapado en el extremo del dedo gordo del pie izquierdo. Cuando me quité los zapatos, como si volviera de la Guerra de los Cien Años, como si yo fuera el mismo Aquiles, observé bien la rojez que se distinguía claramente de la otra más rosa que me cubría por completo ambos pies. No le di más importancia y tras un baño calmante, me puse allí un poco de mercromina y me marché exhausto a la cama.
    Al día siguiente vi que persistía el dolorcillo así que volví a usar la mercromina y esperé. Creo que fue un par de días más tarde encontré en la calle a nuestra común amiga Pilar, la cual notó que cojeaba levemente y al preguntarme y yo contarle el hecho, me informó que debía dejar la mercromina y poner yodo que era mucho más apropiado.
    Amigo Fernando aún en esos días seguía yo pensando en su casita, en el rumor de las brisas y en la tranquilidad de la que iba a disfrutar ¡Ayy! Pero no quiero distraerme, el yodo tampoco dio los resultados apetecidos y el vecino de al lado me dijo que debía ir ya a un podólogo y consultarle. Me pareció muy lógico y así lo hice. Al día siguiente estaba yo muy temprano en su consulta, el doctor me recibió con una acogedora sonrisa y me tranquilizó por completo, dijo que era algo muy simple, que debía haber ido antes… todas esas cosas que dicen los médicos.

    Pues allí me dispuse tumbado en la camilla, y me durmió el pie con una inyección. Nunca antes había necesitado acudir a este profesional, y, sinceramente, pensaba con terror en qué atrocidades estaría cometiendo con mi uña y con mi dedo. Imagínese un tiempo larguísimo mirando a una pared blanca pues aquel doctor no tenía nada en qué distraer la vista, ni siquiera el granulado donde uno puede imaginar caras o animalitos. Así estuve hasta el final cuando me mostró un dedo gordo con un gran vendaje.

    Me marché a casa cuidando de no caerme pues aún el pie no había recuperado toda la sensibilidad, y esperé de nuevo, pacientemente. A la mañana siguiente el dolor no había desaparecido si no que era mayor. El doctor que indicó que no caminara, que lo tuviera en alto, y yo le juro que lo hice todo escrupulosamente. Al día siguiente no podía soportar el dolor, fui de nuevo a la consulta, y él, extrañado, me atendió. Al retirar las vendas mostró una sorpresa mayúscula, y con frases como “No puede ser” “Es inaudito” etc. me mandó al hospital. Allí fui en seguida reconocido por dos o tres doctores más, que, igualmente, designaron el caso como bastante extraño y deliberaron con ese extraño lenguaje que utilizan del que sólo pude traducir que tendrían que cortarme el dedo gordo.

    ¡Qué contratiempo para nuestros planes de descanso! Su casita, amigo Fernando, iba y venía en mi imaginación. ¿Qué podía hacer? Ellos me aseguraron que la amputación no tenía mucha importancia, que no supondría gran diferencia ni para caminar. Y así al día siguiente fui separado de ese pequeño apéndice para siempre. Los días siguientes el postoperatorio pareció ir bien, me tuvieron ingresado unos días y me hicieron ir caminando un poco para acostumbrarme.
    En algún momento algo cambió, no recuerdo ya bien cómo, empezaron de nuevo los paseos y las reuniones de médicos en mi habitación, nuevas pruebas, análisis, los cabeceos confusos, la charla incomprensible… y de nuevo, otro trozo algo mayor, fue a hacer compañía a mi querido dedo gordo.. Y no paró ahí, otros pequeños y no tan pequeños se han ido reuniendo con los primeros.
    Así que, mi apreciado amigo, pensé que había llegado la hora de darle alguna explicación, y confío en su generosidad para que pueda perdonarme haberle dejado solo este verano. Su invitación, en cambio, ha supuesto para mí una gran diferencia para afrontarlo, porque en las horas lentas, gordas, de este hospital he imaginado muchas veces su casita, el pequeño jardín, los senderos de la finca, los animalillos y los pájaros que seguramente se verán allí. He imaginado de cien maneras distintas las cenas en el porche, los baños en la alberca de la cual usted no me habló pero creo que existe detrás de la casa, cómo sentiría la frescura de las sabanas perfumadas con hierbas silvestres como lavanda o espliego, me imaginaba recogiéndolas por los senderos, y flores para adornar la casa, algún purito de vez en cuando tras la cena mirando las estrellas y cómo hablaríamos de lo insignificantes que somos, de cómo avanzaban nuestros respectivos trabajos, del prólogo donde quería explicar el maravilloso lugar donde había podido terminar mi investigación y poder hacer una mención a usted y su invitación.

    Pero para continuar con la historia, esta enfermedad no se ha detenido. Era como si mi cuerpo, una vez pasada una parte a otra realidad, a otro plano, quizá al No Ser…tuviera la intensa necesidad de irse allí por completo a reunirse de nuevo, como un reloj de arena al que se le da la vuelta, y lenta, pero inexorablemente, los pequeños gránulos van cayendo al otro lado.
    Esta mañana mi brazo derecho ha comenzado el mismo proceso que ya conozco tan bien, así que le pedí a un enfermero papel y empecé a escribir esta carta. Este trabajador tan amable me ha comprado también un sobre y sello y ha prometido enviársela en cuanto termine.
    En algún momento pensé que en una silla de ruedas donde pudiera sujetarme bien y manejándola con mis brazos aún podría acercarme a visitarle. Pero no va a ser posible. Incluso noto que mi lengua se entorpece e y que mis ojos ya no hacen el mismo recorrido en la cuenca ocular. Hasta el pelo ha dejado de crecer.

    No, no creo en verdad que pueda ir a visitarle, así que, mi querido amigo, de nuevo le ruego que sepa disculparme y sin más se despide de usted,
    

            Suyo afectísimo,
                                David Bernal
 

 

                                                                                                            Marzo 2000